Izquierdas del Frente Amplio: Razones para la convergencia

Si los procesos de convergencia son el resultado de un cálculo aritmético cuyo norte sea el de producir contrapesos que permitan equilibrar la conformación interna del Frente Amplio o generar condiciones más eficientes de competencia electoral, lo más probable es que se diluyan prontamente, generando rebrotes identitaristas, sectarismos y faccionalismos imposibles de administrar en el mediano plazo. Si por otro lado son el resultado de algún acuerdo de tipo cupular dado con fines instrumentales, la inercia militante desandará rápidamente dichos acuerdos. Y si, por último, los procesos de convergencia derivan en procedimientos burocráticos que no logren producir una superación de los particularismos de las organizaciones convergentes, de sus dinámicas internas ni de sus estilos y formas, difícilmente generarán los resultados esperados.

por Carlos Durán M.

Imagen / Federico Assler, “Oda al río”. Fuente: Wikipedia.


¿Cuáles son las razones que motivan a que una organización política abandone su zona de confort y decida disolver su identidad para conformar una nueva organización?; ¿qué motiva a militancias tradicionalmente caracterizadas por la persistencia identitaria a ceder su particularidad a un colectivo mayor? Tales preguntas son las que seguramente rondan en las cabezas de algunos de los y las militantes de las organizaciones del Frente Amplio que, actualmente, se encuentran llevando a cabo sus respectivos procesos de convergencia: Izquierda autónoma y Poder Ciudadano, por un lado, y Nueva Democracia, Izquierda Libertaria, SOL y Movimiento Autonomista, por el otro.

Y es que, en efecto, los procesos de convergencia actualmente en curso en estos colectivos de la izquierda frenteamplista, si bien no son novedosos en la larga tradición de unificaciones, divisiones y reunificaciones del micromundo de las izquierdas, constituyen sin dudas un hito relevante en el proceso reciente de conformación del nuevo espacio político nucleado en torno al Frente Amplio. Un hito que, sin embargo, generará efectos trascendentes solo en la medida en que sus objetivos estén asociados a la construcción de orgánicas políticas capaces de aportar a los objetivos de una política radical y no a fines resultantes de cálculos que conviertan estos procesos en algo meramente anecdótico.

Si los procesos de convergencia son el resultado de un cálculo aritmético cuyo norte sea el de producir contrapesos que permitan equilibrar la conformación interna del Frente Amplio o generar condiciones más eficientes de competencia electoral, lo más probable es que se diluyan prontamente, generando rebrotes identitaristas, sectarismos y faccionalismos imposibles de administrar en el mediano plazo. Si por otro lado son el resultado de algún acuerdo de tipo cupular dado con fines instrumentales, la inercia militante desandará rápidamente dichos acuerdos. Y si, por último, los procesos de convergencia derivan en procedimientos burocráticos que no logren producir una superación de los particularismos de las organizaciones convergentes, de sus dinámicas internas ni de sus estilos y formas, difícilmente generarán los resultados esperados.

Ahora bien, ¿Qué significa concretamente la producción de procesos de convergencia que aporten a la radicalidad política? Naturalmente, el debate en torno al significado y alcance de una política radical resulta absolutamente trascendente a esta reflexión. La forma en que entendemos la radicalidad política, ciertamente, varía de modo relevante según las perspectivas y tradiciones a las que adscribamos, y por supuesto que se encuentra asociada a la diversidad de contextos históricos en los cuales han operado las izquierdas a nivel global. Sin embargo, creo que en lo fundamental podríamos estar de acuerdo en comprender que existe radicalidad política ahí donde la acción política tiene fines de transformación y no de reproducción de lo dado y, por otro lado, elabora instrumentos dedicados a la satisfacción de dichos fines.

Considerado esto último es que nos preguntamos respecto a las razones que justificarían la puesta en marcha de procesos de convergencia cuyos fines sean los de la ampliación de las capacidades de una política radical. En otras palabras, ¿cuáles son aquellas condiciones que permitirían asumir los procesos de convergencia actualmente en curso al interior del Frente Amplio como aportativos a la profundización de proyectos políticamente radicales?

Según creo, estas condiciones serían las siguientes: 1) superación del identitarismo, 2) construcción de mayorías para la transformación, 3) abandono de la tentación iluminista, 4) capacidad de elaborar un programa para la transformación y 5) diversificación de los espacios para la acción política.

Respecto al primer punto -la superación del identitarismo-, es preciso señalar que el solo hecho de producir una voluntad convergente constituye una señal positiva en cuanto al reconocimiento del carácter limitado y en última instancia impolítico de los celos identitarios. La voluntad convergente, de modo implícito, supone desde ya que no basta con el “autonomismo”, con la tradición “libertaria”, con el “marxismo” ni con ningún espacio identitario dotado de una inexistente pureza doctrinaria, histórica o moral para empujar por un proyecto transformador. Converger, en este sentido, implica reconocer que la acción política no constituye la expresión de una identidad plena, estable e inmodificable, sino que precisamente la producción de un instrumento capaz de amplificar su cobertura identitaria, volver porosos sus contornos y centrarse más en el lugar de llegada que en el origen común.

Sobre la necesidad de construcción de mayorías, nuevamente es preciso considerar que la voluntad de articulación de esfuerzos convergentes en una organización con mayor musculatura y capacidad de acción implica el reconocimiento de que la acción política consiste menos en afirmar el lugar propio que en sumar mayorías consistentes y dispuestas a transformar su presente. La historia nos ha enseñado que no basta con suponer ser propietarios de una supuesta “verdad” que solo nosotros conocemos, sino que se precisa trabajar para la construcción de mayorías sociales dispuestas a convertirse en actores de la transformación. Y para ello, los procesos actualmente en curso al interior del Frente Amplio debieran ser un aporte.

En relación a la necesidad de superación de lo que acá denominamos como la tentación iluminista, es decir, la compulsión a producir un lugar de observación de la realidad supuestamente inequívoco e infalseable desde el cual se diagnostica y enjuicia, creemos que la convivencia entre tradiciones diversas como resultado de los procesos de unificación política bien pueden aportar a una idea simple pero fundamental: en política, la convicción transformadora jamás puede estar asociada a un supuesto saber que le serviría de respaldo y justificación. La convicción no se trata ni de Marx ni de Gramsci, ni de Negri ni de Laclau: se trata de la energía emancipatoria que hurga en instrumentos, lenguajes, estrategias y saberes pero que jamás se reduce a ellos.

Respecto a la capacidad programática, creo que las izquierdas han caído frecuentemente en el error de asumir como propia la dicotomía entre la lógica de lo deseable y la lógica de lo posible, concediendo rápidamente a los adalides del realismo y las lógicas administrativas el ser los defensores de “los sueños” y “las fantasías” de un mundo mejor. Asumir esta distinción supone reconocer que la única política posible es aquella que renuncia a la transformación, y que la única radicalidad posible es aquella que renuncia a la política. Contrario a ello, de lo que se trata a mi juicio es de asumir que, en política, no se trata de optar entre “lo posible” y “lo deseable” -dos fórmulas igualmente impolíticas-, sino que de forzar los márgenes de lo posible para que el mundo que deseamos se convierta en una posibilidad efectiva.

Adscribimos, por consecuencia, a la idea de que un proyecto transformador solo hace sentido en la medida en que logra responder a la obvia pregunta respecto al “cómo” aquello que deseamos como sociedad lo volvemos una posibilidad real. Sin una política capaz de traducir a programa sus sueños de un mundo distinto, no hay radicalidad sino que una mera declaración de buenas intenciones.

Sobre el criterio de la diversificación de los espacios para la acción, considero que un proceso convergente bien puede ser un aporte a la profundización de una política radical toda vez que opera en función de la articulación no solo de tradiciones doctrinarias diversas sino que además de ámbitos de acción distintos. Existen organizaciones convergentes que han desarrollado un trabajo político en el mundo sindical y de los y las trabajadoras, mientras otras cuentan con experiencia acumulada en el ámbito del trabajo educacional o territorial; mientras algunas organizaciones cuentan con experiencia en los espacios político-institucionales, otras cuentan con trayectorias sociales más densas. De lo que se trata, a mi juicio, es de asumir todos esos ámbitos de acción como igualmente relevantes, renunciando a la idea de supuestas centralidades a priori o espacios privilegiados de acción. Las sociedades contemporáneas son espacios descentrados en donde el poder, la producción, las jerarquías y las injusticias sociales operan sin un comando central, lo que hace necesario reconocer la relevancia de acción transformadora en todos los espacios en que ésta sea posible.

En definitiva, pensamos que los procesos de convergencia actualmente en curso al interior del Frente Amplio no pueden ser pensados en función de la fetichización del imperativo de la unidad. La unidad con fines instrumentales no aporta a la transformación, y la unidad como mera aglomeración no da como resultado otra cosa que una montonera impolítica: necesitamos, a mi juicio, centrar la atención en la necesidad de comprender los procesos de convergencia como movimientos al servicio de un fin mayor, cual es el de la transformación radical de las condiciones de nuestro presente. De otro modo, ninguna convergencia tiene sentido.

Carlos Durán Migliardi
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Investigador del Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Juventud en la Universidad Católica Silva Henríquez.