La paradoja de la elección brasileña. Una esperanza desconcertante, un triunfo con derrota, un neofascista neoliberal

Las recientes elecciones generales desarrolladas en Brasil presentan resultados que parecen conducir a conclusiones que podrían ser un tanto contradictorias, o bien, desglosados, apuntan a direcciones diferentes. Se trata de una situación extremadamente compleja que permitió avanzar a los sectores progresistas y de izquierda en una tarea que, más que necesaria, se hacía urgente, y que, sin embargo, dejó ventanas y cortinas abiertas y una grieta en el techo, mientras las fuerzas solamente alcanzaron para dejar bien cerrada la puerta principal en el último momento y tras una lucha incesante.

por Juan Pablo Vásquez Bustamante y Juliane Rodrigues Teixeira

Imagen / Protestas contra la detención de Lula, 2018, Curitiba, Brasil.


Las recientes elecciones generales desarrolladas en Brasil presentan resultados que parecen conducir a conclusiones que podrían ser un tanto contradictorias, o bien, desglosados, apuntan a direcciones diferentes. Se trata de una situación extremadamente compleja que permitió avanzar a los sectores progresistas y de izquierda en una tarea que, más que necesaria, se hacía urgente, y que, sin embargo, dejó ventanas y cortinas abiertas y una grieta en el techo, mientras las fuerzas solamente alcanzaron para dejar bien cerrada la puerta principal en el último momento y tras una lucha incesante.

El domingo 30 de octubre del año 2022, el ex obrero metalúrgico y dirigente sindical Luis Inácio Lula da Silva, ex presidente de Brasil por dos periodos consecutivos, quien durante su primera gestión sacara a más de 40 millones de personas de una situación de pobreza extrema y hambre, quien fuese uno de los líderes regionales del denominado ciclo progresista del siglo XXI en América Latina e impulsor de la integración regional, derrotó en las elecciones presidenciales a Jair Bolsonaro, quien, por el contrario, se convirtió en el primer presidente en ejercicio en no ser reelecto en la historia de Brasil (desde que en 1997 se estableció constitucionalmente esa posibilidad), y que durante su gestión fue parte de una búsqueda de articulación de un proyecto regional de derecha expresado concretamente en instancias multilaterales como el denominado Grupo de Lima, y que representó abiertamente una perspectiva de autoritarismo conservador de extrema derecha con tintes neofascistas, en sintonía con posiciones como las de Donald Trump.

Sin embargo, plantear conclusiones únicamente a partir del triunfo de Lula por sobre Bolsonaro, aunque se considere lo estrecho del resultado, no solamente es poco realista, también es históricamente irresponsable. Pues, este tipo de reflexión eludiría la compleja y riesgosa situación por la que atraviesa un Estado de la semiperiferia del sistema mundial, con las repercusiones que esto podría tener, un país como Brasil que representa un natural liderazgo para la región latinoamericana, y en un momento donde, precisamente, se vive en distintas partes del mundo un avance de las extremas derechas.

A continuación se plantean algunas claves y antecedentes relevantes que permiten ir entendiendo la complejidad de la situación crítica que se vive en Brasil, el país más grande de América Latina por extensión territorial, por magnitud demográfica, por tamaño de la economía, por sector industrial, por capacidad exportadora, por producción académica, y por, entre otras cosas, poseer el mayor porcentaje del territorio amazónico, cuyo ecosistema contiene las mayores reservas de biodiversidad, bioinformación, bienes y recursos naturales estratégicos.

 

Resultados de las elecciones generales. Primera y segunda vuelta

Los propios resultados en sí mismos entregan algunas claves fundamentales. En primera vuelta presidencial, Lula consiguió el 48% de la votación con 57.259.504 votos, mientras Bolsonaro en el segundo lugar alcanzó el 43% con 51.072.345 votos. En tercer lugar, la centrista Simon Tebet consiguió el 4% con 4.915.423 votos, y en cuarto lugar Ciro Gomes alcanzó el 3% con 3.599.287. Más atrás se ubicaron un conjunto de 7 candidatos, entre ellos exponentes de derecha, centro derecha y derecha liberal, cada uno con una votación menor al 1%.

Esto nos plantea una primera situación compleja. Pues Bolsonaro, en sí mismo, es decir, la extrema derecha, conservadora y autoritaria, no en segunda vuelta, sino que como primera opción alcanzó el 43% de la votación.

Posteriormente, en segunda vuelta, Lula ganó la presidencia con el 50,9% de la votación, esto es, 60.345.999 votos. Mientras, Bolsonaro alcanzó un 49,1% con 58.206.354 votos. Lo cual expresa otra situación complicada. Pues, como es evidente, el candidato de extrema derecha ocupa casi el 50% del electorado, pero, además, entre primera y segunda vuelta creció en 7 millones 134 mil 9 votantes. Mientras Lula, solamente creció un poco más de 3 millones, es decir, menos de la mitad que Bolsonaro.

En la segunda vuelta solamente hubo 570.424 votos más que en la primera. Por lo tanto, el aumento de la votación de ambos candidatos vino en su gran mayoría del transvase de los votos obtenidos por quienes no pasaron a segunda vuelta. Y de este antecedente se desprende otra situación compleja, pues, entre el tercer y el cuarto lugar de la primera vuelta, es decir, la votación de Simone Tebet y Ciro Gomes, sumaron 8.514.710 votos, ambos quienes entregaron su apoyo a Lula para la segunda vuelta, y, sin embargo, como ya se dijo, este último solamente creció en poco más de 3 millones de votos. Es decir, el porcentaje mayoritario de la votación de estos dos candidatos, pese a ser naturalmente de centro, se fue Bolsonaro.

Así mismo, un cuarto antecedente preocupante, es que, en las elecciones del 2018 ganadas por Bolsonaro, en primera vuelta este obtuvo 49.277.010 de votos, y en segunda vuelta, 57.797.847. Esto significa que, pese a la fuerte crisis económica, a situaciones como los incendios en la Amazonía, a la crisis sanitaria, a la enorme cantidad de fallecidos a partir de las nulas políticas del gobierno frente al Covid, más de 700 mil personas según informaciones oficiales, y el posible desgaste natural tras un periodo presidencial, Bolsonaro en este 2022 creció en votación respecto a su primera elección en el 2018.

 

La otra parte de la elección. Senado, Cámara de Diputados y Gobernadores

Pese al crecimiento de la votación de Bolsonaro, este perdió la reelección. Sin embargo, el panorama se vuelve aún más complejo en el poder legislativo, pues, en términos concretos, Lula va a gobernar con minoría en ambas cámaras.

En el senado, la suma de las fuerzas de izquierda, progresistas, centro izquierda y centro, contando a quienes apoyaron a Lula en segunda vuelta, podría contabilizarse en 29 escaños de un total de 81. Las agrupaciones que ocupan los espacios de centro derecha y derecha tienen el resto de los asientos. Por cierto, no todos apoyaron a Bolsonaro, pero hay materias en las cuales efectivamente tienen una mayor sintonía. Particularmente en cuanto a los partidos, por una parte, el Partido de los Trabajadores de Lula creció de 7 a 9 puestos senatoriales, sin embargo, el partido de Bolsonaro pasó de 6 senadores a 14.

En la Cámara de diputados ocurrió una situación similar. Los sectores desde el centro a la izquierda contabilizan apenas en torno a los 199 diputados de un total de 513 (199 incluyendo al Partidos Socialdemócrata de Brasil [PSDB] de centro derecha, el partido del ex presidente Fernando Enrique Cardoso). El Partido de los Trabajadores de Lula experimentó un importante crecimiento de 53 a 68 diputados, sin embargo, el Partido de Bolsonaro creció más aún, pues pasó desde 61 a 99.

En el caso de las gobernaciones estaduales, de un total de 12, el Partido de los Trabajadores de Lula quedó con 5 gobernaciones, mientras el Partido Liberal de Bolsonaro ganó solamente 3. Sin embargo, una de ellas fue São Paulo, el cual estaba anteriormente en manos del partido de centro derecha PSDB.

En síntesis, el candidato de la izquierda y del progresismo derrotó al candidato de la extrema derecha, el presidente obrero impidió la reelección del presidente neofascista, pero en el marco de una extensa alianza que incluye, no solamente a sectores de centro, sino que incluso de centro derecha. De este modo, este pacto que en gran medida permitió el triunfo de Lula, se constituirá en un marco que a su vez limita su capacidad de acción. Este escenario podría, tal vez, no ser del todo tan desfavorable dada la capacidad negociadora de quien ha construido su carrera política desde el sindicalismo, cuyo partido subió su cantidad de escaños en ambas cámaras, y cuya figura en sí misma sigue siendo la más importante y con mayor capital político de las últimas décadas al interior de Brasil, y una de las más relevantes y trascendentes en América Latina. Sin embargo, el triunfo y el gobierno de Lula encuentran una verdadera camisa de fuerza en el crecimiento de la votación de Bolsonaro y sus aliados, en la votación presidencial en particular, y en ambas cámaras.

Es decir, por una parte, Lula va a gobernar con minoría parlamentaria, la derecha brasileña tiene mayoría en ambas cámaras, el partido de Bolsonaro, el Partido Liberal, es el más votado de Brasil y el que tiene más diputados y senadores. Por otro lado, estos resultados parecen indicar un crecimiento de la aceptación del discurso, el imaginario, las políticas y el marco ideológico de la extrema derecha de Bolsonaro en Brasil, lo cual significaría que este neofascismo se empieza a transformar o a ser parte del sentido común de una cantidad importante de la población, o al menos, que tiene la capacidad de presionar un botón importante y sensible en amplios sectores de la sociedad que, pese a la enorme y dramática crisis que se vivió en su gobierno, le entregan su apoyo.

Este fenómeno inevitablemente se articula con el avance de la extrema derecha en Europa, donde, por ejemplo, después de muchas décadas, durante este 2022, el neofascismo vuelve al gobierno en Italia, o en Chile, donde en el año 2021 el progresismo derrotó por amplio margen en segunda vuelta a la opción neopinochetista, pero solamente en un estado de alerta e intensa movilización tras el triunfo de la extrema derecha en primera vuelta y de su entrada masiva a ambas cámaras del parlamento.

 

Crecimiento de la extrema derecha en Brasil

El crecimiento de la extrema derecha es un proceso mundial, que en la actualidad hace carne, por ejemplo, en lugares como Italia, Suecia o Ucrania. De cierta forma, estos planteamientos políticos surgen como una de las respuestas a la multidimensionalidad de las crisis del modelo civilizatorio actual, y a las propias limitaciones de las izquierdas que no tienen ni una respuesta ni una política para estas crisis.

En el caso de Brasil, debido a la importancia de sus aspectos geopolíticos y económicos, es considerado un país clave para avanzar hacia el fortalecimiento de este sector conservador, especialmente luego de la caída de Donald Trump, en Estados Unidos.

La sorprendente victoria de Bolsonaro en 2018 se debe a diversos factores, como al uso de estrategias electorales ocupadas por la extrema derecha a nivel internacional, dispersando las fake news como mecanismo esencial en la campaña electoral, fundamentada en valores morales conservadores y religiosos, así como amenazas del regreso del comunismo, logrando que los debates sobre las ideas políticas y económicas fuesen marginales en la campaña. Dicha estrategia fue nuevamente ocupada en la campaña del 2022, a través de disparos masivos de mensajes en las redes sociales, sobre todo en WhatsApp y Telegram, cuya reglamentación es difusa, lo que dificulta su vigilancia.

Otro aspecto relevante en todo este escenario es la situación judicial de Lula. Pues, pese a que las diversas demandas en su contra fueron anuladas, debido a la parcialidad atribuida al juez Sérgio Moro, quien, después de condenar al actual presidente electo, fue elegido para ser Ministro de Justicia de Bolsonaro, en Brasil se vivió una verdadera campaña de la prensa tradicional en contra de Lula a lo largo de por lo menos los últimos 5 años, que fue un factor relevante para generar un rechazo en amplios sectores de la población hacia Él y al Partido de los Trabajadores, contribuyendo a la polarización en el país.

De esta forma, las elecciones de este año 2022 evidenciaron la existencia de una importante fractura en el país, agudizada por la difusión de las fake news y por la implementación de políticas electoreras por parte del gobierno de Bolsonaro, a través de la distribución de auxilios financieros a diversos sectores de la población, logrando una expresiva votación.

Adicionalmente, este esquema ha sido financiado por grandes empresarios brasileños, quienes apoyan a Bolsonaro y son afines a sus políticas económicas ultra neoliberales y a la precarización de las leyes laborales que contribuyen a ampliar sus ganancias. Y aquí, precisamente, podría identificarse una clave de este proceso, el agudo pragmatismo de esta extrema derecha, que construye una identidad y un imaginario con tintes neofascistas, que propone y desarrolla políticas en diversas áreas dentro de esa lógica, que utiliza el nacionalismo y el símbolo de la patria como un elemento central de su discurso, pero que entrega la economía a principios neoliberales. De este modo, ganan el apoyo de los sectores más conservadores de la población, despiertan la necesidad de un caudillo autoritario presente históricamente en el inconsciente latinoamericano, y simultáneamente reciben el respaldo del gran capital económico y financiero.

 

La semiperiferia como escenario de disputa

Brasil es parte de lo que Immanuel Wallerstein denominaba como una semiperiferia. Es decir, siguiendo el esquema conceptual y geopolítico “centro-periferia” planteado inicialmente desde la tradición del pensamiento latinoamericano, que explica una desigualdad jerárquica y espacial de la organización del trabajo y la distribución y acumulación de riquezas globales, donde el sistema mundial se divide en zonas y estados centrales que concentran las actividades productivas con una mayor capacidad de capitalización y un mayor desarrollo tecnológico, y áreas y estados periféricos que concentran procesos productivos que requieren una baja cualificación y especialización laboral, esencialmente basados en bienes de baja categoría y cuya mano de obra es peor remunerada, y donde se genera un flujo permanente de excedentes de capital desde las zonas periféricas a los estados del centro, es posible identificar un grupo de países que presentan una mezcla de procesos productivos centrales y procesos productivos periféricos. En este estrato intermedio denominado semiperiferia, se ubican estados dependientes y con una menor acumulación de capital que los estados centrales, a los cuales traspasan plusvalía, pero que, a su vez, subordinan a una serie de otros países periféricos en escala descendente.

Estos estados semiperiféricos presentan una situación estratégica en el funcionamiento del sistema mundial, pues por una parte permiten reducir la polarización y mantener una relativa estabilidad política, dado que la división y jerarquización en tres estratos reduce la tensión entre los polos (Wallerstein, 2012, p. 104), y por otra parte, son quienes normalmente podrían experimentar una movilidad descendente o ascendente en el marco de las relaciones espaciales jerárquicas (Wallerstein, 2011a, p. 247).

Brasil, precisamente, ocupa un lugar semiperiférico en el marco del sistema mundial, que incluye un fuerte liderazgo en América Latina y que además presenta la característica propia de tener soberanía sobre el porcentaje mayoritario de la región amazónica, el ecosistema más biodiverso del planeta, con las mayores reservas de bienes naturales y estratégicos, bioinformación, información genética, recursos hídricos, energéticos, materia prima para biotecnología, y otros.

Sin ir más lejos, en este mismo marco de la geopolítica ambiental, inclusive antes de tomar posesión como presidente, Lula deberá participar en la Conferencia de las Partes de Naciones Unidas en el marco de los debates sobre el cambio climático que será realizada en Sharm el-Sheikh, Egipto, en noviembre de este año, al ser invitado por el presidente de aquel país, Abdel Fatah al-Sissi, lo que simboliza un giro en la política de destrucción ambiental del actual mandatario, Jair Bolsonaro, y de su posición frente al debate global en torno a la crisis ambiental.

Asimismo, los intereses en torno a la llegada y mantenimiento de Bolsonaro en el poder, tienen directa relación a intereses internos y externos, vinculados con la profundización de la agenda neoliberal en el país y la región, culminando con la privatización de sectores estratégicos, como la Eletrobras, la mayor empresa de generación de energía de América Latina, en junio de este año, así como los intentos de privatización de la Petrobras. Este último está asociado a la operación judicial denominada Lava-jato que, bajo el pretexto de combate a la corrupción, llevó a la prisión de Lula, impidiéndole ser candidato a la presidencia en 2018.

Asimismo, en el breve lapso transcurrido desde las elecciones, esta tensión global ya ha dado ciertas señales y muestras. Es así como, media hora después de conocerse los resultados de las elecciones, tanto Joe Biden como Emmanuel Macron se comunicaron telefónicamente con Lula para saludar y felicitar por el triunfo, precisamente dos mandatarios que tienen una mala relación con Bolsonaro.  En el caso de Estados Unidos, además se informó que la Vicepresidenta Kamala Harris asistiría a la ceremonia de posesión de mando el 1 de enero del 2023. Para Estados Unidos y su presidente, la victoria de Lula es particularmente importante, porque significa la derrota de un seguidor y aliado estrecho de Donald Trump en el país más grande de América Latina.

A nivel más particularmente latinoamericano, las señales de un giro a partir de los resultados brasileños también ya se hacen notorios. Alberto Fernández, presidente de Argentina, quien, hasta ahora, y después de casi tres años en el gobierno, no había realizado ningún viaje oficial a Brasil, ya sostuvo un encuentro presencial con Lula, un día después de su victoria, lo que sugiere una recomposición del importante rol atribuido a América Latina en la política exterior del país, un sello del primer periodo de Lula, que continuó Dilma Rousseff y que fue dejado de lado por el gobierno de Bolsonaro.

En este mismo sentido, todos los países latinoamericanos ya han reconocido oficialmente el triunfo de Lula, pese a que el presidente Bolsonaro recién lo ha hecho 48 horas después y en boca de su ministro Ciro Nogueira. Y, no obstante, lo difícil que se visualiza la política interna a partir del escenario de una oposición con mayoría en ambas cámaras del parlamento, y siendo la política exterior materia del gobierno, es presumible que Lula retome este rol de líder regional que impulsa los procesos de integración en Sudamérica y América Latina. En este contexto, en la actualidad cuenta con una correlación regional de fuerzas favorable, y si bien, a diferencia del ciclo progresista de hace una década atrás, esta vez no tiene los altos precios de los comodities a su favor, al parecer la región se ha desprendido de ese excesivo entusiasmo retórico, y esta vez cuenta con el segundo país más grande de Latinoamérica, México, como un posible importante aliado. De este modo, es posible pensar en una reactivación de las instancias de integración regional, que se exprese particularmente en MERCOSUR, UNASUR y CELAC, e instancias de integración a partir de determinados recursos naturales y energéticos.

 

A modo de cierre

La elección de Lula, por una parte, podría ayudar a frenar, al menos momentáneamente, el avance de las extremas derechas y el neofascismo que está en curso a nivel global. Parece ser una situación muy paradojal, en la cual, al fijarse solamente en la elección presidencial, da la impresión de que desde América Latina surge una voz potente que con orgullo grita que acá los fascismos no entran ni se eligen por las buenas. A nuestra casa entran con sus tanques o con sus fraudes, no de otro modo. Sin embargo, también, el crecimiento electoral de la extrema derecha concretada en el parlamento brasileño nos deja en una situación tan frágil como preocupante.

Por otro lado, y tal vez con mayor claridad, el triunfo de Lula empieza a constituirse muy lentamente, pero desde un inicio, en un elemento esencial para retomar los procesos de integración en América Latina, lo que es clave para mejorar el posicionamiento de la región en los debates políticos globales.

Sin embargo, al momento de terminar estas líneas es preciso volver al inicio de este texto, y destacar la situación extremadamente compleja que se viven en Brasil, tanto así, que tras 48 horas de realizarse las elecciones y de la confirmación del triunfo de Lula, Jair Bolsonaro recién reconoce, de modo sutil e indirecta, su derrota. Dada la experiencia de Donald Trump, y también por contraste con el caso chileno en diciembre de 2021, se sabía de la fuerte posibilidad de que un triunfo estrecho le diera pie a Bolsonaro para desconocer el triunfo popular. Así mismo, desde la noche del domingo 30 de octubre, las carreteras están siendo ocupadas y cortadas en diversos puntos por camioneros adherentes a Bolsonaro, como tantas veces, como en Chile. Esta vez, incluso, entorpeciendo el camino hacia algunos aeropuertos. Se dice que tienen el apoyo de sectores de la policía.

Nos tocó crecer en una época donde veíamos al fascismo en los libros, en las películas, en las historias. Nos tocó crecer en un continente que al parecer no permite que el fascismo entre por la buenas. Nos toca, esta vez a nosotros mismos, asegurarnos que el fascismo tampoco entre, ni siquiera por las malas.

 

Referencias

Wallerstein, I. (2011a). El Moderno Sistema Mundial. El mercantilismo y la consolidación de la economía-mundo europea, 1600-1750: Vol. II (2da ed.). Siglo XXI.

Wallerstein, I. (2012). Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos: un análisis de sistemas-mundo. Akal.

Juan Pablo Vásquez Bustamante
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Doctor en Estudios Americanos. Profesor de la Universidad Alberto Hurtado.

Juliane Rodrigues Teixeira
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Candidata a doctora en Estudios Americanos, Instituto de Estudios Avanzados, Universidad de Santiago de Chile.