Héroes, zombis y neoliberalismo: la revancha de la solidaridad

Las respuestas efectivas al coronavirus rompen la lógica de “ellos” o “nosotros”. Nosotros somos ellos. Por eso nos conmueve. Sólo podemos ayudarlos, que somos nosotros también. Así que, a pesar de la diversidad cultural, idiomas y colores, el coronavirus se extiende por todo el planeta. Por supuesto, afecta a los más desprotegidos, por territorio y por el poder del racismo y la dominación estructural internacional. En otras palabras, el coronavirus se adapta a la realidad y reconoce las vulnerabilidades.

por Andrés del Río y André Rodrigues[1]

Imagen / Distanciamiento social en NYC. Fuente: Flickr.


Estamos parados en un muro móvil, en una transición que aún poco entendemos, pero que sentimos, ignorando lo que nos espera. Sabemos que estamos en una penitencia autoimpuesta, de aislamiento de abrazos, de alienación rota, y del rescate de lo mínimo: la vida cotidiana.

El coronavirus muestra todo lo que somos y lo que entendemos de nosotros mismos. En cada interpretación de este proceso, se demuestran nuestras posibilidades y horizontes: nuestros sueños y pesadillas no son mayores que nuestra realidad, nacen de ella.  Algunos, como el gobierno federal de Brasil, creen que la reflexión es una pérdida de tiempo. Así, la filosofía, la sociología, la historia y otras son áreas del conocimiento humano que sólo “traen el retraso a la humanidad”. Bueno, esta línea de pensamiento habla más de ellos que de estas ciencias específicamente.

El coronavirus nos trae una serie de preguntas y cada una de ellas nos toca diferentes células. Estamos profundamente conmovidos por el feroz abandono del actual gobierno federal. Duele. Profundamente. Como la desigualdad. Pero al mismo tiempo, intentando cierta estabilidad en la catarata de información planetaria, hay una constante: todos buscan una solución mágica, una forma de creer, de tener esperanza en diferentes formatos. En el nudo del drama humano en curso, los proyectos de las sociedades igualitarias necesitan ser defendidos bajo los signos de espera, de paciencia, de angustia y de relativa impotencia. No tenemos las calles. Tenemos que defender que los que tienen esta posibilidad no salgan a la calle. La defensa de los valores colectivos supone una actuación apenas visible, ausente del espacio público, restringida a los vehículos de comunicación virtual.

Así, el pueblo (y los presidentes) navegan en sus delirios. ¿El arsénico con doce de leite combate el coronavirus? ¿El omeprazol con lavandina limpia el estómago? La salida es el vodka y la masturbación… etc. La lucha por los imaginarios es constante. ¿Quién es el malo y quién es el bueno? ¿Quién nos salvará y liderará el mundo, China o los Estados Unidos?

Occidente, especialmente Estados Unidos, lidera, históricamente, la construcción de imaginarios de alcance global. En esta construcción aparece su filosofía, su visión del mundo, sus valores, su perspectiva de la economía y la sociedad. El neoliberalismo atraviesa todo en esta cultura, con valores y jerarquías. En las últimas décadas, especialmente en el cine, los imaginarios han estado esbozando formas, sentenciando lo correcto y lo incorrecto, valores a defender, ganadores y perdedores, determinando las posibilidades de otras miradas. Y hay dos fuertes imágenes que aparecen dentro del imaginario americano: los héroes y los zombis.

Empecemos con los últimos. Los zombis están muertos, pero vivos. Algunos son inteligentes, otros se han convertido en máquinas sin alma de poca inteligencia. Los zombis son feos, no les preocupa la moda ni la postura, les importa poco el tipo de comida (la mayoría no son veganos), mejor, no les importa el estado de la comida y, por supuesto, la música, sólo el sonido más fuerte atrae su atención. Les falta ritmo, o les gustan los bailes de los 80, como Thriller. En esta construcción de las dos últimas décadas, casi por coincidencia desde 2001, los Estados Unidos han dejado claro que los zombis son malos y que sólo quieren destruirnos o comernos. Tal vez “The Walking Dead”, con una década de televisión, es un ejemplo. Los “nosotros” (WASP?) son los bellos, los inteligentes y los justos para vivir en la Tierra. Las películas de zombis tienen de todo, como un área específica del cine: terror, comedia, drama, romántica, etc.  Hay una comprensión del mundo de “ellos y nosotros” bien definida. No hay duda del límite que separa a los dos. El máximo nivel de duda: la espera para saber si el humano se convierte en zombi. Punto. Somos diferentes, mejores y merecemos vivir. Ellos no.

En estas últimas décadas, las versiones de los zombis no tienen un científico loco detrás de ellos, como Frankenstein; ni tampoco tienen el estilo sofisticado de los extraterrestres (fuerza incomprensible que trae directamente el tema de lo minúsculo que es la humanidad). Los zombis son un ex nosotros. Y esta nueva versión tiene dos características: son asesinos; y se expanden a partir de una enfermedad planetaria que transforma a casi todo el mundo en monstruos, es decir, en zombis. En otras palabras, son nuestros mayores temores.

En este viaje de imaginarios, los zombis son una construcción de lo diferente a “nosotros”. El extranjero, el negro, el indio, el pobre, el feo, el nadie. “Ellos” (o “nosotros”) son una construcción. “Ellos” quieren destruirnos o comernos. No hay diálogo con aquellos que quieren tomar “nuestras” tradiciones y costumbres. “Ellos” son diferentes, rezan diferente, comen cosas diferentes, tienen diferentes estados de ánimo, bailan diferente, nos ponen en jaque. ¿”Ellos” o “nosotros”?

Así se resume: el planeta no es la coexistencia de los diferentes, sino la supervivencia de uno solo de ellos. Con los zombis, la vida de nadie sigue siendo la misma, porque el otro se incorpora, le guste o no. De esa manera, tienes que adaptarte a una vida peor. El otro, no sólo nos amenaza, sino que nos quita el “nosotros”. Como la figura del inmigrante en el discurso político actual. Los imaginarios tienen espacio y tiempo. La última versión de los zombis tenía una catarata de producciones que pondrían celoso a cualquiera en Hollywood, pero colabora con la naturalización de la narración de que lo diferente, la alteridad, es malo. Un temor muy actual: lo que es diferente. Por supuesto, basado en los principios más conservadores de la existencia: ¿es su vida o la nuestra?  La reflexión, con los zombis, esta castrada de sentidos y los símbolos.

En esta lógica, hay una característica de los zombis que está presente en todos los espacios del audiovisual: no es posible hablar con ellos, no nos entienden. La palabra nunca es un recurso en la relación con el “otro”. “Sólo quieren comernos o destruirnos. Incluso si la inteligencia existe, no es portadora de puentes y de los intereses de “nosotros”. No importa lo que nos den”. Así, todo se reduce a la muerte o a la vida, por la falta de interés, por ver en ellos seres inferiores. En este escenario, el sentimiento de tolerancia es una emoción que sólo un suicidio sin lógica puede tener. ¿”Ellos” y “nosotros”? No!

Esta xenofobia incrustada en una visión de imaginarios es terrible y no está aislada. Hay discriminación, el temor a lo diferente, el miedo a la diversidad. Pero más allá de eso, una visión muy autoritaria: muerte o vida. No puede haber tolerancia. La dominación es la única posibilidad.

Están los excluidos de siempre, por supuesto. Estructuras institucionales dominantes y racistas. “make américa great again” es la idea básica de la era zombi. “Antes de ellos, todo era mejor. Ahora es un mundo apocalíptico desde la visión del consumo, de una vida cotidiana que ya no existe por su culpa. No somos culpables, somos víctimas. Y eso nos permite todo, hasta deshumanizarnos para defender a la humanidad”. Por lo tanto, no es un mero accidente la calificación de Trump sobre el covid-19, como “gripe china”. Es una síntesis del espíritu xenófobo y racista de la extrema derecha mundial.

Los zombis, en los márgenes, los nadies generan una alianza del “nosotros”. En esta construcción de imaginaciones y símbolos de tiempos y espacios, los zombis son los que perturban el sueño del dominador y disciplina a su propia tropa.

Pero en esta construcción de imaginarios, los superhéroes estaban presentes en una importante cantidad de productos culturales. En los Estados Unidos, el héroe está siempre ligado a su posición de poder, por encima o fuera de la ley. Un héroe tiene una virtud que en general casi nadie tiene, como ser un multimillonario. El héroe es un multimillonario, que por esa condición está por encima de la ley. Nada que ver con la realidad. El héroe en general tiene una característica: es solitario, individual, único. El héroe trabaja solo (Superman), a espaldas de la gente (Spiderman), aunque algunos lo sepan (Alfred en relación con Batman).

La colaboración entre los héroes es como la relación entre los Estados: todos son soberanos, sabiendo que unos son más fuertes que otros. Los héroes son únicos y solitarios. No hay que confundirlo con las últimas películas de Marvel donde muchos héroes luchan juntos. En otras palabras, ya no se trata de una película de héroes, sino una película de guerra. Todo el mundo es un héroe que lucha en un ejército para salvar el mundo. No son héroes, son buenos sodados de un buen ejército.  Se llama marketing y consumo. Pero el héroe es único. Si todos fuéramos héroes, nadie lo sería. Pueden colaborar entre sí de forma esporádica, ante un obstáculo que necesita de la solidaridad, pero el héroe trabaja solo y es individual y único, como su virtud.

Este modelo heroico es completamente diferente del clásico, en el que el heroísmo tenía una relación íntima con la bella muerte. Morir es la circunstancia de efectivización de la condición de heroico. Las virtudes heroicas eran compartidas por todos en el denominador de la muerte, convirtiéndose así en modelos de vida colectiva. Los héroes contemporáneos de la industria cultural no tienen ninguna relación con la vida ordinaria y toman para sí una serie de condiciones extraordinarias: actúan en nombre de todos sin ser elegidos; saben lo que es mejor hacer; no respetan las leyes, pero eso sería sólo un pequeño costo de tenerlos de nuestro lado, es el precio de la servidumbre. Finalmente, el héroe tiene todas las características de un autócrata, pero global, y con mejor márquetin.

El neoliberalismo trajo esas dos líneas. Los zombis: “ellos” o “nosotros”, “nuestra” cultura o “ellos” rompiendo “nuestras” tradiciones; y los autócratas: “Yo los represento sin ser elegido, porque tengo virtud, sé lo que necesitan. A veces cuidarte genera algunos costos, como romper las leyes. Algunos valores son fijos: el excepcional por encima de todo, como los multimillonarios. Por lo tanto, el neoliberalismo es más representativo que la democracia en estas imaginarios. Importa la solución importa, no como ella viene.

El coronavirus, el nuevo archienemigo, es perverso porque deja paralizados a los imaginarios. El coronavirus es invisible, pero detectable. La única manera de detenerlo es la acción colectiva, con la solidaridad de todos. Por lo tanto, hace que la llamada del héroe sea imposible. Un médico solo no es un héroe, el sistema de salud será el que salve a todos. Un grupo, colectivo. La virtud ya no es única o individual, es colectiva. No es casualidad que Trump y Bolsonaro, los principales representantes del neoliberalismo en América, optaran en un primer momento (el segundo persiste) por el negacionismo y la xenofobia. Tampoco es casualidad que quienes encarnan más concretamente la naturaleza totalitaria del neoliberalismo, como Rodrigo Duterte en Filipinas, hayan adoptado la postura belicosa contra quienes representan la amenaza de ser infectados, autorizando a los políticos a disparar a los que esten en la calle. Las dos retóricas que estructuran el neoliberalismo de extrema derecha se actualizan en la crisis (guerra y supervivencia).

El coronavirus habla todos los idiomas, recuerda a todas las culturas que hubo otros momentos similares de enfermedad, cada uno su forma, con su memoria. Pero se convierte en algo único ya que es una enfermedad global de conmoción inmediata sin fronteras. El mundo se ha vuelto más pequeño, no el gran héroe.

Las respuestas efectivas al coronavirus rompen la lógica de “ellos” o “nosotros”. Nosotros somos ellos. Por eso nos conmueve. Sólo podemos ayudarlos, que somos nosotros también. Así que, a pesar de la diversidad cultural, idiomas y colores, el coronavirus se extiende por todo el planeta. Por supuesto, afecta a los más desprotegidos, por territorio y por el poder del racismo y la dominación estructural internacional. En otras palabras, el coronavirus se adapta a la realidad y reconoce las vulnerabilidades.

El punto: la humanidad necesita activar no el imaginario creado por Occidente, sobre la premisa de los Estados Unidos de “ellos” o nosotros, o de “sólo un héroe salvado”. Nos enfrentamos a la necesidad de un renacimiento de la solidaridad, el enemigo número uno del neoliberalismo. Y con ello, aparecen otras virtudes que se expanden contra la visión individualista para que podamos sobrevivir.

En esta lógica, el colectivo y la solidaridad son características presentes en la lucha por la supervivencia contra un virus global. No hay héroes, no hay zombies. “Ellos” son “nosotros”. Y “nosotros”, “ellos”. Y sólo juntos podemos detenernos y abrazarnos para continuar. Ni el héroe solitario, ni el excepcional por encima de la ley, ni el enemigo es el otro. La cura del virus es la cura de nuestro horizonte como sociedad. Sin ella, no hay un nosotros. Y la situación se pone chiva, sólo la solidaridad es una posibilidad. Tal vez el gran desafío de la solidaridad radica en el egoísmo que el capitalismo ha producido y fomentado en nosotros, en las desigualdades que existen entre nosotros. El problema siempre hemos sido nosotros.

 

[1] Una primera versión fue publicada en portugués en Revista Escuta: https://bit.ly/2RHc1fp

Andrés del Río
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Doctor en ciencias políticas IESP-UERJ y Profesor Adjunto de la Universidad Federal Fluminense (UFF)

André Rodrigues
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Doctor en ciencias políticas IESP-UERJ y Profesor Adjunto de la Universidad Federal Fluminense (UFF)

Un Comentario

  1. Es una clara interpretación de nuestra situación de hoy y desde hace mucho tiempo. Muy bueno, gracias

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