El lugar de las fuerzas transformadoras en la crisis global

En estas circunstancias, el compromiso de las fuerzas transformadoras debe estar puesto, en primer lugar, en comprender este nuevo contexto, donde cuestiones aparentemente opuestas como empatía y distanciamiento quedan del mismo lado, y un mismo proceso empuja a la vez la necesidad de cambios y la necesidad de evitarlos. Debemos ver nuestro escenario como un momento político de apertura, que nos exige abandonar cualquier posición cómoda como espectadores críticos de la realidad, y asumir nuestro lugar de conducción como responsables del futuro.

por Javier Velasco

Imagen / Colapso en Wall Street por el COVID-19. Fuente.


1. El día antes de la crisis sanitaria: Neoliberalismo y Estado de Excepción Permanente.

Como dijera Agamben, analizando los efectos sociopolíticos del 9/11, habitamos un periodo caracterizado por un consenso neoliberal global, que opera sobre la base de un “estado de excepción permanente”[1]. Zizek amplió este concepto desde lo jurídico-político a lo económico, hablando de cómo el estado de emergencia económica post crisis subprime se volvió la nueva normalidad desde 2008[2]. Como bien expresa Bifo[3], al cierre de 2019, luego del asesinato de Soleimani y tras la débil respuesta iraní, parecía que no había escapatoria a esa sociedad global de control e incertidumbre. Pero no solamente asistíamos al progresivo despertar de las fuerzas transformadoras en países como el nuestro, sino que además, la pandemia estaba esperando a la vuelta de la esquina.

Los sistemas de salud europeos, deteriorados por efecto de las medidas de austeridad, no fueron capaces de controlar el contagio con la efectividad del régimen chino, cuyo modelo de control mediante inteligencia artificial y una máxima intervención de la esfera privada, ya se exporta a países neoliberales como Corea del Sur. En EEUU, el empobrecimiento masivo producido en 2008, sumado a la elección de un líder populista, aislacionista y de ultraderecha, que reniega del cambio climático y matiza la efectividad de las vacunas, sirvieron de contexto para la emergencia de una crisis inédita, donde en torno a 22 millones de personas han perdido ya sus empleos[4], y la tasa de contagio, al momento de redactarse esto, ya supera a las de Europa y China combinadas.

Todo esto permite afirmar, que el neoliberalismo global no fue capaz de hacerse cargo de esta pandemia, que además, bien podría ser la primera de varias amenazas capaces de poner en riesgo la supervivencia de nuestra especie completa. Además de las muertes masivas, del colapso de los mercados, la explosión de desempleo, y en general, de los factores visibles que ya prefiguran una depresión económica y humana de proporciones, la desigual distribución de los riesgos, entre el puñado de ricos y la gran mayoría de pobres del mundo, evidenció las obscenas consecuencias del anticuado mantra del todopoderoso mercado. Hoy, hasta los más recalcitrantes operadores del neoliberalismo transnacional, exigen del Estado Nación nuevos salvatajes con el dinero de los pobres, dándole la razón a Bernie Sanders, cuando afirmaba en sus campañas la vieja máxima de que este sistema no es más que capitalismo para los pobres y socialismo para los ricos[5].

2. La cuarentena mundial y sus efectos: La disidencia política en tiempos de pandemia.

En el caso chileno, con la llegada de la pandemia las demandas de justicia social que emergieron en torno al 18 de Octubre, se volvieron demandas de supervivencia; para subsistir frente a la extinción, queda probado que lo único que sirve es la sociedad. Como comenta Bifo en su crónica, el virus fue capaz de hacer lo que la prédica política nunca pudo[6].

Pero a la vez que emergen al sentido común las demandas sociales, también aparece la presión mundial hacia la unidad y la normalización, bajo la premisa de mejorar nuestras condiciones para enfrentar al invisible enemigo sanitario. En esta tensión, la crisis parece operar por fuera de la política, como una fuerza exterior, al alcance únicamente de la ciencia médica, que nos obliga a tomar acciones y asumir posiciones políticas con unidad ante el enemigo común, que sobrepasa las diferencias entre la hegemonía y la disidencia, anulando las contradicciones en la búsqueda acelerada por proteger la vida y volver cuanto antes a la normalidad.

Por un lado, cuestiones como la provisión universal de derechos sociales, la gestión social de los ámbitos estratégicos de la vida, o la solidaridad comunitaria, ingresan a la arena política para disputar el futuro que vendrá después de la pandemia. Por el otro, tal como ocurriera tras el 9/11, un poderoso enemigo invisible, universal e imposible de vencer completamente, obliga a posponer la lucha por una vida mejor y profundizar las medidas de control sobre la ciudadanía.

En estas circunstancias, el compromiso de las fuerzas transformadoras debe estar puesto, en primer lugar, en comprender este nuevo contexto, donde cuestiones aparentemente opuestas como empatía y distanciamiento quedan del mismo lado, y un mismo proceso empuja a la vez la necesidad de cambios y la necesidad de evitarlos. Debemos ver nuestro escenario como un momento político de apertura, que nos exige abandonar cualquier posición cómoda como espectadores críticos de la realidad, y asumir nuestro lugar de conducción como responsables del futuro.

En ese sentido, hace falta, en segundo lugar, enfrentar la presión despolitizadora que afecta todo análisis respecto de la crisis. La pandemia es una realidad sanitaria, pero también política, y sus condiciones de propagación y consecuencias son igualmente políticas. Si el contagio ha llegado hasta donde está, es porque vivíamos en la total precariedad. El descampado neoliberal parecía una tranquila meseta, pero la llegada de la tormenta dilucidó lo que siempre supimos: en un mundo todo cada cual se salva por la suya, una crisis suficientemente fuerte deja en evidencia que los únicos que están en condiciones de salvarse son los ricos. En el padecimiento y la muerte, el abuso de la sociedad capitalista alcanza su máxima expresión.

Así por ejemplo, el encierro de la cuarentena, una de las principales consecuencias de la crisis, es indispensable para contener la enfermedad, pero produce efectos brutales en la economía, pone de manifiesto la diferencia entre quienes viven cómodamente, con internet y helicóptero, y los los que viven apiñados y en riesgo de violencia, en edificios que asemejan a murallones del cementerio general. Pero además, la cuarentena opera como herramienta de contención social para gobiernos frágiles como el chileno, que antes de la crisis soportaba a duras penas el desborde social y las demandas por transformaciones radicales al modelo. Es imposible preguntarse por qué somos incapaces de decretar una cuarentena efectiva, mientras llevamos semanas con un militarizado toque de queda nocturno.

De igual forma que a comienzos del siglo XX, cuando los grandes libros se escribían en la cárcel o en el exilio, hoy la disidencia política está silenciada y encerrada: Silenciada por la presión a la unidad política global contra la pandemia, y encerrada por la cuarentena mundial. En casos como el chileno, prolifera un discurso tecnocrático y paternalista, pero además anti representativo, reafirmándose la figura del presidente y la de los alcaldes por sobre la del parlamento (único bastión político de oposición durante el estallido social), bajo la premisa de que la gestión material de la crisis es la única forma de legitimar un liderazgo.

Además, las condiciones para una restauración de la vieja normalidad aumentan con la desaparición del espacio público, donde se imponían las mayorías en Chile desde el 18 de octubre, y donde sin distinción, eran expulsados ya desde hace meses quienes se atrevían a proponer el incómodo diálogo institucional por sobre las legítimas exigencias que se peleaban cada viernes, e incluso cada tarde en plaza de la dignidad. La oposición institucional se quedó sin puntos de prensa en el Congreso, y el pueblo movilizado, sin calles donde mostrar su número y reconocerse como un todo en su lucha contra el Presidente y su camarilla al servicio de los intereses neoliberales.

3. Posguerra y depresión económica: El día después de la Pandemia.

 Todo indica que al término de la crisis sanitaria sobrevendrá una depresión económica sin precedentes. Solo en EEUU, que en marzo de 2009, durante el momento más alto de la crisis sub prime, sufrió 800.000 despidos, el primer mes de crisis dejó además de cientos de miles de muertos, más de 20 millones de nuevos desempleados. La situación en buena parte del mundo y en nuestro país, muestra cómo la presión de los gobiernos neoliberales por mantener a flote la economía en los términos que la conocemos, y con ella a los ricos que la encabezan, impide tomar medidas de protección del empleo y el bienestar a la altura de la crisis, y más allá de eso, será incapaz de reproducir el mundo de antes de la pandemia una vez que esta termine.

De esta forma, el término del período de expansión del virus será el puntapié de una situación económica y social sin precedentes, que los operadores de la sociedad global de control intentarán sobrellevar garantizando la continuidad sus privilegios y el  traslado de los costos a los más vulnerables. Las declaraciones del empresariado chileno donde especulan con las muertes de los trabajadores, bastan como ejemplo de esto, por no mencionar los despidos en el sector público, que pretenden aliviar la crisis provocando más vulnerabilidad. Las fuerzas transformadoras deberemos hacer frente a esta eventual operación de restauración, financiada por los salvatajes estatales, con creatividad y responsabilidad. No bastará entonces con resistir, ni ser coherentes con las clásicas consignas de nuestro sector; será el tiempo de esforzarse en proponer alternativas viables y convocantes, que resuelvan las necesidades del presente, pavimentando un proceso de transformaciones radicales, que tengan como eje lo que hemos aprendido en esta crisis: que sólo una sociedad organizada por el bien común puede asegurarnos un futuro.

El lastre testimonial que modeló algunas de las apuestas de izquierda durante el ciclo que acaba, debe dar paso a una radicalidad estratégica, propositiva, ambiciosa y adecuada a la aceleración que experimentan nuestras relaciones sociales alrededor del mundo. Esa radicalidad, en combinación con una aproximación táctica flexible, debe mantenernos en la lucha por empujar los márgenes de lo posible. Debemos preguntarnos entonces, cómo levantar una apuesta político programática adecuada a estas condiciones de disputa, y que se haga cargo, entre otras muchas cosas, de la tendencia en medio de las crisis, a una reaparición del conservadurismo, la reacción, y la tecnocracia, en contradicción con lo político y con la transformación. Frente a esta amenaza, debemos abrazas un convocante radicalidad; es tiempo de proponer la solidaridad, la redistribución, la cooperación y la comunidad como respuestas, y denunciar al individualismo como el principal enemigo de nuestro futuro colectivo, ahora que el diagnóstico a favor de nuestras luchas, se despliega ante nuestros ojos por la fuerza de los acontecimientos.

Para esto, requerimos voluntad e inteligencia programática: debemos construir un camino concreto de transformaciones en el presente, que empujen en la dirección de nuestro horizonte radical de largo plazo. No basta con enunciar en abstracto futuros posibles, ni defender fórmulas románticas: debemos hacer posible el futuro que deseamos en vez de construir imaginariamente y atrincherarnos en esa fantasía. Esto implica al menos, hacernos cargo de actualizar nuestras disputas en torno a algunas cuestiones concretas como las siguientes:

  1. Revertir el proceso de modernización neoliberal impulsado por los criminales civiles que trabajaban para el régimen militar, desarmando sus pilares concretos, que ponen en riesgo la vida de nuestras y nuestros ciudadanos: los derechos sociales, como salud, educación y pensiones deben gestionarse por órganos públicos que no lucren con nuestras vidas; el sistema democrático debe hacerse más representativo, a la vez que reducimos el hiperpresidencialismo; y los estragos del plan laboral, que fortalece a los ricos en perjuicio de la organización y los derechos de los sectores populares, deben erradicarse de nuestra legislación.
  2. Además de estos ejes de desmontamiento del régimen, que nos permitirán llegar a reglas mínimas desde donde proyectarnos, hay que avanzar en cuestiones que prefiguren nuestras disputas en el futuro próximo. La renta básica de emergencia, que hace sentido en nuestro país y alrededor del mundo, debe servir de puente para una Renta Básica Universal permanente, que permita mover a toda la población por sobre la línea de la pobreza, redistribuyendo los frutos de la aceleración tecnológica, y preparándonos para el futuro automatizado donde la reducción drástica de los empleos no se convierta en más riqueza para los ricos y pobreza para los pobres. Una medida así, pone en entredicho además la naturalizada relación entre trabajo, remuneración y subsistencia.
  3. Así mismo, hay que volver a diseñar nuestra economía pensando en promover el control social sobre los bienes comunes naturales, por sobre la explotación depredadora de unos pocos; los emprendimientos a escala comunitaria por sobre los individuales, y el reconocimiento del trabajo reproductivo, del valor del capital afectivo y de la retribución a los prosumidores de contenido de las redes sociales, al mismo nivel que las tareas productivas materiales de los siglos pasados. La protección del medio ambiente natural y del hábitat social, así como la comunicación, la producción y los intercambios entre comunidades mediante las nuevas tecnologías, serán el motor de una nueva innovación, cuyos frutos deben distribuirse del mismo modo que se producen: socialmente.
  4. Debemos subir los impuestos a los más ricos, y terminar con las puertas traseras por las que el empresariado transnacional se roba la riqueza de nuestros pueblos, cambiando los salvatajes por nacionalizaciones, decretando el no pago de las deudas estatales derivadas de fraudes a la medida del mercado global, e imponiendo sanciones proporcionales al robo de impuestos mediante paraísos fiscales. Un impulso global por poner término a las actividades criminales de las redes empresariales significaría en la práctica, la posibilidad de distribuir riqueza que ha sido extraída por medios ilegales del resto de la población, como demuestra la radicalización de las tasas de concentración de riqueza y propiedad sobre el suelo en el período neoliberal. Para estos puntos, en el caso chileno, es indispensable una nueva Constitución mediante asamblea o convención constituyente 100% electa, que sea el inicio y no el término de un proceso de transformación institucional que erradique el régimen a la medida de los ricos que nos legó Pinochet, y que administraron por igual todos los líderes del duopolio transicional.
  5. Orgánicamente, las fuerzas transformadoras debemos apostar por nuevas relaciones más horizontales, que den cuenta de las relaciones sociales del escenario actual, de las nuevas tecnologías y de la forma en que opera el adversario; las empresas transnacionales que depredan nuestros recursos y comunidades no están distribuidas por comunas, ni toman decisiones en un estado permanente de asamblea por whatsapp; son organismos descentralizados que operan eficientemente a escala mundial, y nosotras y nosotros debemos serlo también para estar a la altura de la lucha. Eso supone probar nuevas formas de organización, aprovechar los medios digitales y recuperar experiencias exitosas de agrupamientos como las coordinaciones anti globalistas, las iniciativas de organización de las comunidades vulnerables a lo largo del mundo, y las formas de interacción, producción y consumo de las redes sociales e internet en general.

Por cierto, que para todo esto será indispensable salir de todo romanticismo testimonial y sobreponerse a la nostalgia de las luchas de los siglos pasados; lo que se necesitan hoy no son consignas ni prácticas políticas de museo, sino una radicalidad estratégica con amplios márgenes tácticos, donde prime la coordinación por sobre la uniformidad, y la autogestión creativa por sobre la disciplinada obediencia. Pasó la época donde era admisible rendir culto a la rebeldía ligera de los melancólicos y los comentaristas, es el tiempo de responsabilizarnos como conductores del futuro y convocar a las mayorías a transformar la realidad; este es el momento de la apertura del escenario, esa que ninguna prédica política pudo generar, pero que la política debe conquistar, para que no perezca en manos de la tecnocracia que nos excluye, el miedo que alimenta al fascismo, ni la ingeniosa voracidad empresarial.

[1] https://elpais.com/diario/2004/02/03/cultura/1075762801_850215.html

[2] ZIZEK, Slavoj. Un estado de excepción económica permanente. Disponible en New Left Review https://newleftreview.es/issues/64/articles/slavoj-zizek-un-permanente-estado-de-excepcion-economica.pdf

[3] BERARDI, Franco. Crónica de la Psicodeflación. Dispoible en CajaNegra Editora. https://cajanegraeditora.com.ar/blog/cronica-de-la-psicodeflacion/

[4] https://elpais.com/economia/2020-04-16/mas-de-22-millones-de-estadounidenses-solicitaron-las-ayudas-por-desempleo-en-las-ultimas-cuatro-semanas.html

[5] https://bigthink.com/politics-current-affairs/bernie-sanders-socialism-freedom

[6] Ibid (3)

Javier Velasco

Abogado de la Universidad de Chile, magíster en derecho UC-Berkeley y asesor legislativo del diputado Gonzalo Winter. Milita en Convergencia Social.

Un Comentario

  1. Muy interesante artículo, según el columnista, el avance en los puntos 1 al 5 debería ser en este mismo orden? o avanzar en todos en forma gradual, con plazos acotados, para que esta gradualidad no se vuelva eterna. Para mi por ejemplo el garantizar derechos sociales, punto 1, es fundamental, esto equivaldría a que una familia de ingresos medios, los triplique.

Los comentarios están cerrados.