Editorial #7: Desde y contra el infierno

El 1 de mayo es un día en que se afirma una identidad en resistencia y una voluntad política. Es evidente en algo tan simple como su designación como día feriado, pero no en todos los países. El gesto básico de “ganarle un día al patrón” es una conquista política en pleno que engalana una memoria de resistencia heroica. El botín de un robo de tiempo invertido en el futuro […] Es un día para reivindicar la política de clase como conquista moderna de las y los que habían sido reducidos y recategorizados de esclavos a ciudadanos, pero nunca a clase. La política clasista ha sido la racionalización de la rabia de masas en un método para la conquista del poder y, en el Chile reciente, un programa de demandas claras.

por Comité Editorial Revista ROSA

Imagen / Ama a la clase obrera, odia al capitalismo. Imagen editorial.


Una izquierda que no tiene el coraje de declararse heredera de la historia del movimiento obrero no merece existir.
Mario Tronti, Memoria e historia de los obreros

 

Después de una década de luchas globales, apenas contenidas por la crisis pandémica, la experiencia del trabajo ha vuelto a ser central para la política progresista y de izquierdas. La dominación llama vida al trabajo que permanentemente tiende a -o es de hecho- esclavitud. Esta década de luchas nos ha enseñado que nuestras vidas desbordan el rol que nos han asignado: trabajador y ciudadano. Contra las ganas de dormir, el despojo de lo poco que teníamos y el creciente costo de la vida, la creativa dignidad de las y los trabajadores evidencia no solo el malestar, no solo la desesperada lucha por sobrevivir, sino también unas inmensas ganas de vivir. Lo que se conmemora el 1 de mayo es tanto el trabajo asalariado, el rechazo a su condena trágica para la parte popular del mundo, como la promesa de un mundo nuevo creado por los trabajadores.

Ya es de insensibles insistir en que las luchas de trabajadores no pueden expresar la lucha plena por la vida; pero también lo es creer que la política obrera es exclusivamente aquella de los contratados o sindicalizados, la de los elementos más vistosos de la lucha salarial. La insistencia del feminismo por el reconocimiento de las tareas reproductivas como trabajo, abre una puerta a la crítica a la explotación total de la vida, y que la izquierda debe asumir como posición de vanguardia. Es “evidente que la humanidad no está comenzando una nueva tarea, sino que está llevando a cabo de manera consciente su antigua tarea” (Marx) cuando desde todos lados se emprende la lucha histórica contra la persistencia esclavista de la dominación de los ricos. Una rebelión contra la cultura del abuso, desde el nacimiento hasta la tumba, desde la fábrica y la oficina hasta la casa, se viene produciendo hace años en formas notablemente vanguardistas. Pero es cierto que también se encuentra en un momento en que dicha rebelión toca techo en su efectividad política, en el tiempo reciente se ha puesto en jaque al orden existente, pero es tarea de las y los trabajadores darle existencia real a un nuevo orden social.

En ese sentido, el 1 de mayo es un día en que se afirma una identidad en resistencia y una voluntad política. Es evidente en algo tan simple como su designación como día feriado, pero no en todos los países. El gesto básico de “ganarle un día al patrón” es una conquista política en pleno que engalana una memoria de resistencia heroica. El botín de un robo de tiempo invertido en el futuro. Sin embargo, un problema para la izquierda siempre ha sido reconocer el carácter ambiguo de las situaciones de contradicción en que no se está perdiendo ni se está ganando, pero en las que es posible mirar con soberbia al enemigo y gritarle que somos hijos, hermanos, nietos, y padres de los muertos que asesinaron y, así y todo, gozamos de buena salud: ese es nuestro triunfo. Somos la pasión creativa de la vida, y la persistencia de la demanda por dignidad para poder vivirla. Es un día para reivindicar la política de clase como conquista moderna de las y los que habían sido reducidos y recategorizados de esclavos a ciudadanos, pero nunca a clase. La política clasista ha sido la racionalización de la rabia de masas en un método para la conquista del poder y, en el Chile reciente, un programa de demandas claras.

El 1 de mayo decimos fuerte también que la identidad obrera es también la del conflicto. Si la izquierda quiere ser la punta política de la estrategia de liberación de las y los trabajadores, entonces debe superar los roles abstractos y móviles de la política de los ricos. Esa es la vocación que queda sepultada en la transición, y a la que nos hemos acomodado en el último tiempo.  Identificarse con el conflicto es rechazar el papel de ser la oposición de la derecha por el mero juego de la alternancia burocrática del gobierno de turno. Es no comprometerse a más que luchar por los intereses de los y las trabajadoras, en todos los escenarios en que sea posible, oponiéndose a los ricos sin importar el bando en que estén. Desde ahí, desde el conflicto, se define la posición roja, socialista, de la historia. Es lo que diferencia de la política burguesa, en su interior y en su contra. La izquierda que se diga situada en las y los trabajadores, que apueste a terminar con la explotación desde la fuerza de los cuerpos explotados, tiene que apostar al protagonismo popular, y terminar con una relación en que a las y los subalternos se les asigna el rol de espectadores que aprueban o rechazan la agencia más o menos piadosa de otras clases. De lo contrario, obtiene el triste espectáculo en que el conflicto nos encuentra desprevenidos: Esta semana la izquierda política no tuvo nada que ver con el conflicto de clase abierto por los portuarios y aumentado con las amenazas de huelga este viernes que terminaron por hacer tambalear el apoyo del gobierno en el Tribunal Constitucional. Sin su instrumento político, la clase obrera tiene dificultades para retomar el protagonismo y se ha tenido que que contentar con minimizar los daños. Sin la clase obrera, la burocratización hace metástasis en sus aparatos políticos y nos relega a las declaraciones, objeciones y hashtags. El 1 de mayo es un recordatorio de la fuerza de su potencial unión.

Eso, y no otra cosa, es la izquierda roja de trabajadores. Es tener una oposición situada en la parte popular de la lucha de clases. Una izquierda jacobina, que hiede a pueblo y no puede ni quiere esconderlo. El 1 de mayo no se homenajea a otros. Es el día de la parcialidad obrera en la política, a la vez radical y racional, democrática y confrontacional, antagonista y popular que prescinde del show denigrante y efímero que propone el populismo. Es el día de recordar el programa que ya han instalado las y los trabajadores: jornada de 40 horas semanales, el fin de las AFP, la ampliación de los derechos sindicales y la dignificación material del trabajo precarizado. Es también el día para mirar de frente la crisis que abrimos el 2019 y hacernos cargo de la oportunidad que la Convención Constituyente significa para recrudecer el conflicto con los ricos.  En fin, el 1 de mayo es para recordar no solo la rabia, sino su modernización en la política clasista. Es el día que se proyecta a todos los demás días, para luchar contra la esclavitud y no solo para resistirla; para afirmar una vez más que podemos superar la explotación humana en la solidaridad y la conquista de la vida plena.