Algunas notas sobre un viejo problema

Cotidianamente, en las discusiones livianas y en la academia, se ven hasta las personas más conservadoras, obligadas por los hechos a distinguir el pueblo de la nación. Y es precisamente porque esa distancia inmensa entre tener y no tener existe, porque la marca de clase es ineludible. Quien quiera saber lo que es el pueblo debe admitir lo definitivo que es la desigualdad social, y también, que aquello tiene historia. La historia “de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos” prefigura la idea de pueblo entre los pobres desde antes de tener derecho a voto. Hay necesidad de la palabra porque la cosa es evidente.

por Luis Thielemann H.

Imagen / Bandera negra, 2019, Wikimedia. Fuente.


En una reciente entrevista, la historiadora Josefina Araos plantea una interesante crítica a la política, especialmente a aquella de cuño progresista o liberal, y que apela a la subjetividad o colectivo llamado “Pueblo”. Para Araos “Pero nuestra clase política todavía define al pueblo por lo que le falta, no por lo que es y lo que tiene […] cada vez que el pueblo reclamó su dignidad, la clase política e intelectual que ha dirigido el Estado se figuró a ese pueblo como si fuera pura carencia”. Aterrizando dicha idea a la historia de Chile, indica su presencia en “la forma en que operó el Estado del siglo XIX en América Latina: sobre la clave civilización-barbarie”, la que se proyectó sobre el territorio y las zonas rurales. De esa forma, la mirada estatal y de la política hacia la pobreza de los migrantes campesinos en la ciudad reproduce dicho prejuicio. Araos se pregunta “Y no será que el campesino que llega a la ciudad en el 1900 se enoja por sus carencias pero también porque es mirado con desprecio, justamente como alguien que no tiene nada? Y él sí tiene algo, tiene una cultura, una tradición, una forma de vida. Por eso me impresiona que en 2019 volvamos a decir que la gente estaba viviendo ‘a ciegas’, sumida en su condición oscura, pero ahora despertó.”.

Convienen algunas notas -desordenadas y a modos de comentarios laterales- al respecto de las aseveraciones de la historiadora, en tanto plantean el problema del desconocimiento político sobre el campo popular, así como lo que ha sido en la historia el campo masivo que se ha autoreferenciado como el pueblo o popular y ha tenido relativo éxito en dicho monopolio referencial. Es interesante porque es una excelente crítica a cierta desidia en la izquierda para plantear el problema, a la vez que lo hace de una forma muy asertiva. Pero estas notas tienen por fin intentar afirmar -sin ánimos de establecer nada definitivo- lo que la historiadora niega: el pueblo sí es un referencia masiva definida por lo que le falta.

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Si el pueblo no es lo que le falta, ¿qué es lo que sería? ¿qué otra experiencia histórica de ese campo social llamado pueblo no estaría marcada por la carencia? ¿qué es aquello que se puede llamar pueblo y que no expresa la carencia en cada pulgada de su ser? Incluso como espectro, la carencia parece ineludible como experiencia central de la biografía popular, ya sea entendida como historia colectiva o como relato personal. Es posible imaginar que lo que se busca encontrar al intentar despejar artificialmente la pobreza del centro de la idea Pueblo, es un universo social que no encuentra el origen de la incomodidad del ser en lo poco que tiene. La distancia con lo posible de tener no existe en ese grupo, sino que la alegría con el camino recorrido y lo alcanzado. El mito del consuelo de los humildes en que su humildad, en otra vida, será la llave para heredar la tierra. Otra tierra, no esta. Es el mito de la aceptación pacífica de la dominación. El mito de que la rabia viene desde fuera (del agitador, del militante que nunca es pueblo, aunque casi siempre lo sea), que no nace de la vida misma, que hay otra cosa que no sea esa condición fundamental del malestar existencial.

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La distancia entre lo que tienen quienes no son pueblo “los ricos” (también las sociedades ricas, que los que no viven allí conocen bien gracias a los medios culturales que muestran su ejemplaridad), y los grupos sociales que habitan en las fronteras entre las capas medias y la riqueza; es tan enorme y evidente, que hace imposible observar lo popular por fuera de la lucha de clases. Cotidianamente, en las discusiones livianas y en la academia, se ven hasta las personas más conservadoras, obligadas por los hechos a distinguir el pueblo de la nación. Y es precisamente porque esa distancia inmensa entre tener y no tener existe, porque la marca de clase es ineludible. Quien quiera saber lo que es el pueblo debe admitir lo definitivo que es la desigualdad social, y también, que aquello tiene historia. La historia “de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos” y prefigura la idea de pueblo entre los pobres desde antes de tener derecho a voto. Hay necesidad de la palabra porque la cosa es evidente.

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No desmiente la marca de clase de la identificación con lo popular el esfuerzo individual por vivir mejor. Ni siquiera su buena fama entre los más pobres. Evidentemente, en tiempos de paz, las clases populares buscarán soluciones a sus problemas dentro del marco de posibilidades de la dominación, pues son seres del todo racionales. Pero no se puede hacer pasar por elección libre lo que es destino ineludible entre opciones de difícil modificación. De ahí que el pueblo es también el que carece no solo de lo material para el bienestar, sino también del abanico de opciones para conseguirlo. Algunas, como la insurrección, están abiertamente ilegalizadas y condenadas moralmente para los pobres, al mismo tiempo que se les educó que fue justa y necesario la rebelión armada y sanguinaria de los oligarcas ricos contra el rey de España, en nombre de la autonomía comercial (independencia), lo que les faltaba, inventando estado, bandera e himno; tradición y comunidad nacional. Esa contradicción se entiende y se aprende en ella.

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Lo que al pueblo le falta toma forma en cada exhibición del bienestar de los otros. Así se asume una identidad por contraste ya sea clasista o arribista, da igual. Todo el abanico de contradicciones y feroces diferencias que hay dentro del campo popular se mueven entre el polo clasista y el polo del progreso individual. En el universo popular se sabe que es posible vivir mejor; pero se sabe también que la dificultad yace precisamente en esa distancia, repleta de costos, deudas, policías, leyes, mitos sobre el esfuerzo y el trabajo, y, claro, la política. En fin, todo un mundo diseñado para que la distancia sea permanente. Aquellas barreras pueden sortearse con la astucia propia o con la fuerza de los muchos, pero deben pasarse antes que cualquier cosa. Porque, en la lucha de clases, realmente no importa tanto qué se posee como la relación que se produce entre el que posee y el que no. En esa obviedad sociológica, en esa constatación básica que cualquier hijo de vecina entiende, es que está el problema de negar que la experiencia que define la identificación popular es la carencia. El pueblo son los pobres, pero no en absoluto sino en relación: los que de diversas maneras, no tienen lo que tienen los ricos.

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Se dijo más arriba que la relación social de la carencia es, además, histórica: su relato socializa tanto como la escuela. Sin duda que el campesino que menciona Araos trae un pasado, no es solo su rabia confusa del presente lo que ataca el Estado como barbarie, pero eso abre dos problemas. Primero (y es la trampa de indicar la parte que el todo oscurece, para de inmediato elevarla al “nuevo todo”) que ese pasado también existe como cultura de la carencia, de lo arrebatado, de la enajenación y de la violencia humillante como respuesta a la rebelión. No es el paraíso rural la experiencia que antecede a la llegada de la ciudad, sino la huida de la pobreza y el oprobio del Fundo. Segundo y a pesar de lo anterior, que la experiencia presente siempre redefine la memoria del pasado, y luego viceversa. La rabia del presente reactualiza el malestar pasado, precisamente porque ambas experiencias no antagonizan, sino que se compenetran fortaleciendo la idea de la permanencia estructural de la carencia como el gran rector de sus vidas. El poder que los niega también está en la ciudad. Muchas veces porta el mismo apellido.

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Si el bienestar de los ricos marca la distancia de lo posible de ser si no fuera por la carencia; el proletariado permanente expresa el anuncio (densificado por historias cercanas y experiencias personales) de que lo que falta es fundamental, y que no caer en la carencia total es algo de lo que defenderse cotidianamente. Tener lo que falta es una utopía que a veces tienta; mientras que el que te falte de todo, es la amenaza perpétua que despierta en la mañana. La historia no se puede imaginar sin la tragedia, primero, y la rebelión contra la misma, después, que da origen a lo popular. Enunciar políticamente al pueblo es un acto de situación, de argumento y de proyecto. Lo primero son los desheredados de la tierra, lo segundo es la injusticia histórica que los explica, lo tercero es la idea de humanidad que da la razón. El proceso de construcción de sociedad que libera lo popular de su condena proletaria, es uno en que el orden para establecerse, a decir de Marx, “no pueda ya apelar a un título histórico sino solo al título humano”. El pueblo, entonces, es lo que le falta, pero también la promesa de que es posible tenerlo todo.

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Historiador, académico y parte del Comité Editor de revista ROSA.

Un Comentario

  1. “El pueblo son los pobres, pero no en absoluto sino en relación: los que de diversas maneras, no tienen lo que tienen los ricos” (Luis Thielemann Hernández)
    Al respecto un coincidente comentario del economista marxista y académico Rolando Astarita:
    “Las protestas en Chile tienen una base objetiva: el crecimiento capitalista en Chile genera riqueza, y en relación a esa riqueza, la pobreza aumentó. Es que la pobreza se define en relación con la riqueza general de la sociedad. Y en particular, en relación a la riqueza concentrada en la clase dominante. Por eso Marx planteaba que, si bien la pobreza en términos absolutos tiende a bajar con el desarrollo capitalista, se incrementa en términos relativos. Esto sin perjuicio de que haya largos períodos, de crisis y depresiones económicas, en los cuales la pobreza aumenta en términos absolutos, y millones de personas son arrojadas a la desesperación y la indigencia.
    (https://rolandoastarita.blog/2019/10/25/chile-es-el-capitalismo-estupido/)

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