Elecciones de la CUT: ¿Dónde está la clase trabajadora?

El sindicalismo no es ni algo de museo ni un espacio superado por las transformaciones de la producción, por el contrario, muchas veces es el último recurso que tienen las y los trabajadores para defender todo tipo de intereses: de impulsar la igualdad de género, asegurar los derechos de quienes forman parte de las disidencias sexuales, encontrar mecanismos para paliar la pandemia cuando todos los recursos se agotan, enfrentar el acoso laboral o el despido, las bajas pensiones, o incluso la necesidad de una nueva Constitución.

por Felipe Ramírez

Imagen / Huelga 12 de noviembre. Fotografía de Felipe Ramírez.


Las recientes elecciones de la Central Unitaria de Trabajadores han vuelto a poner en la mesa la discusión sobre la organización y el rol de la clase trabajadora en la doble crisis que azota a nuestro país: político-social, y sanitaria.

A simple vista, la foto de los comicios pareciera mostrar lo que podría interpretarse como “debilidad” del movimiento sindical: el padrón total alcanzó 181,660 personas habilitadas para ejercer el voto, un número exiguo si lo comparamos con las 774 mil personas que se supone estaban reunidas en la misma Central para las elecciones de 2017. ¿Por qué se redujo de forma tan drástica el número de personas representadas por la CUT? No cabe duda de que los conflictos internos de la organización, que incluyeron varios escándalos durante la última etapa de Arturo Martínez a su cabeza, y los conflictos generados en la última elección y que terminaron con gremios como el Colegio de Profesores con su participación congelada, afectaron el padrón. También es cierto que varias organizaciones no estaban al día con sus cuotas -por diversas razones-, lo que hizo que su afiliación no pudiera ser incluida en el mismo. Finalmente, el establecimiento del voto universal obligó a varias organizaciones a transparentar el real peso que tienen, y develó la debilidad orgánica de muchos sindicatos que no pudieron recolectar los datos básicos de su afiliación, en buena medida debido a una práctica cupular y burocrática.

Pero, además, del total de habilitados sólo votaron 33.663 personas, que representan un 18,53% de participación ¿Qué pasó con el resto? Por el momento sólo podemos especular, pero hay varios elementos que hay que tener en cuenta: la estructura del movimiento sindical chileno es altamente local -su figura central es el “sindicato de empresa”- por lo que difícilmente los/as afiliados/as conocen a algún otro dirigente que no sea el del propio sindicato u organización. A ello se suma una cultura organizacional altamente burocratizada, en la que la CUT se encuentra bastante desconectada de la práctica cotidiana de las organizaciones de base.

Como si fuera poco, la pandemia dificulta mucho la participación en cualquier espacio sindical: las asambleas deben ser virtuales con las dificultades que ello implica por la falta de los equipos necesarios para conectarse o de falta de conocimientos y “cultura virtual” para poder utilizar nuevas herramientas tecnológicas, y donde la sociabilidad en la empresa es el pilar básico de su conexión con sus pares y sus organizaciones.

Esta nueva realidad afectó también la realización de campañas: no hubo foros en los que las candidaturas presentaran sus propuestas, y encontrar los programas en internet era una tarea titánica, para qué decir comprender cuál era la trayectoria gremial o la militancia política en los casos en los que la hubiera, de quienes estaban postulando a integrar el Consejo Nacional de la CUT.

En otra dimensión, los titulares apuntaron inmediatamente al “golpe” que significaría que un militante del Partido Socialista obtuviera la primera mayoría, desplazando a la militante comunista Bárbara Figueroa de la presidencia de la Central pocos días después de la fallida inscripción de la primaria presidencial conjunta entre el FA, el PC y el PS. Y aunque tanto la dirigenta Silvia Silva, quien será la próxima presidenta de la Central, como José Díaz Zavala son militantes socialistas, no es posible asegurar que la lista que lo encumbró sea “socialista”, ya que si bien varios de sus integrantes comparten militancia con ellos la gran mayoría son independientes y con distintas afinidades en la izquierda. La lista B más bien representa una confluencia de gremios y sindicatos del comercio, la salud y la JUNJI con el objetivo de revitalizar la Central.

 

Entonces ¿cómo leer los resultados de la elección?

En primer lugar, es claro el retroceso para el PC, ya que su lista, esta vez sí identificable con el partido, pierde la presidencia de manera inapelable, quedando pendiente un balance de la gestión de la compañera Bárbara Figueroa y el peso que pudo tener en los resultados el papel que cumplieron durante el gobierno de la Nueva Mayoría, donde muchos fuimos críticos del respaldo que se le otorgó desde la multisindical a la regresiva reforma laboral. De todas maneras, los comunistas se mantendrían como la segunda fuerza en el Consejo Nacional de la CUT, con cierta capacidad para influir gracias a sus representantes electos.

Segundo, la DC queda reducida a su mínima expresión, en momentos en que la lista encabezada por el histórico Nolberto Díaz -quien dicho sea de paso también iba acompañado de militantes socialistas- recibió sólo 18 mil votos, comparados a los 127 mil de la lista ganadora, y a los 56 mil de los comunistas. Tercero, el Frente Amplio pareciera ser irrelevante o al menos no tener expresión entre el sindicalismo agrupado en la CUT ya que si bien algunos simpatizantes o militantes integraban distintas listas, no existió una propuesta articulada o que incorporara de manera clara a los sindicalistas de sus partidos.

Finalmente, tal como pareciera ser la tónica de la política nacional, las y los independientes se consolidan como un sector a tomar en cuenta, en especial por los resultados de la lista B.

 

¿Qué viene ahora?

Aunque muchos han dado varias veces por muerto al sindicalismo en nuestro país, lo cierto es que con lo difícil que es ser sindicalista en Chile, durante los últimos años ha dado cuenta de estar más vivo de lo que muchos pensaban. Durante la década y media de luchas de masas que decantaron en la revuelta social de 2019 fueron varias las huelgas y movilizaciones que alcanzaron grados importantes de influencia nacional, por ejemplo, las protagonizadas por los subcontratistas del cobre o por los trabajadores de la Unión Portuaria de Chile, por citar dos sectores particulares.

Tampoco se puede olvidar que si bien la lucha del movimiento No+AFP ha contado con la adhesión de múltiples actores sociales, el sindicalismo cumplió un papel importante en su articulación y movilización, en momentos en que muchas personas incluso dentro de la izquierda daban por finalizado el ciclo de movilizaciones de masas.

Pareciera, eso si, que es precisamente cuando las organizaciones logran salir del estrecho marco establecido por la ley de la negociación en la empresa/institución, que el sindicalismo logra desplegar su potencia organizativa y política. Tanto las huelgas políticas en solidaridad a las luchas estudiantiles realizadas por trabajadores del cobre y portuarios durante 2012 y años siguientes, como la misma lucha de No+AFP que realizó jornadas de protesta con paralizaciones efectivas de labores en más de una ocasión, fueron antesala de la fortaleza que, aunque de forma relativamente desarticulada, se pudo demostrar en las jornadas de huelga general realizadas durante la revuelta de 2019.

Con toda la tensión desatada al interior de la Mesa de Unidad Social tras la conformación de su “Bloque Sindical”, ese espacio -que reunió tanto a la directiva de la CUT como a organismos sindicales que se encuentran organizados por fuera de ella y con un discurso combativo como los mismos portuarios o el SINTEC- fue protagonista de la poderosa Huelga General del 12 de noviembre, hito clave para entender el devenir del proceso constitucional. Tampoco hay que olvidar que recientemente cuando el gobierno de Sebastián Piñera pretendió que el Tribunal Constitucional impidiera el tercer retiro de fondos previsionales, fue la amenaza de una nueva huelga general la que forzó a ese organismo a abandonar al mandatario, logrando desactivar esta “tercera cámara” eminentemente conservadora.

Por supuesto que hay que reconocer que el sindicalismo no vive sus mejores momentos. Cuesta que la gente se incorpore, quienes desean constituir nuevos sindicatos sufren la violencia económica de la patronal que no duda en despedir a dirigentes y afiliados -lo hemos visto en instituciones del Estado, en municipalidades, en radios “progresistas” y en infinidad de empresas privadas-, y los partidos de izquierda no han demostrado gran interés ni en la elaboración de políticas desde el mundo del trabajo, ni en darle protagonismo a sus liderazgos que han surgido desde ahí, basta con mirar las parrillas de candidaturas.

Pero el sindicalismo no es ni algo de museo ni un espacio superado por las transformaciones de la producción, por el contrario, muchas veces es el último recurso que tienen las y los trabajadores para defender todo tipo de intereses: de impulsar la igualdad de género, asegurar los derechos de quienes forman parte de las disidencias sexuales, encontrar mecanismos para paliar la pandemia cuando todos los recursos se agotan, enfrentar el acoso laboral o el despido, las bajas pensiones, o incluso la necesidad de una nueva Constitución.

El desafío es ahora transformar la CUT en una herramienta de unidad y lucha de toda la clase trabajadora, incorporando a todas esas organizaciones que se encuentran afuera, estableciendo un marco de lucha común que permita afrontar desde la lucha social el proceso constituyente y también las reformas legales que deberá implementar el futuro Congreso para ajustarse a la nueva Constitución. El 18 de octubre dejamos atrás el estrecho marco de la lucha económica inmediata, y la combinamos con la lucha política por construir un Chile diferente. Ese es el espíritu que debemos encarnar en los sindicatos, y los partidos políticos de la izquierda tienen una deuda pendiente en esta área. El despliegue militante no puede seguir siendo visto como un repositorio de votos en los distritos, sino que debe existir una reflexión política que permita fortalecer las organizaciones de masas como organismos de lucha y de avance, que permitan apuntalar e impulsar el trabajo que se pueda realizar institucionalmente. Porque cuando las y los trabajadores se organizan en su lugar de trabajo, hacen confluir en ese espacio de lucha todos sus intereses, todas sus opresiones, todos sus sueños y anhelos, y no hay fuerza que nos pueda detener.

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Activista sindical, militante de Convergencia Social, e integrante del Comité Editorial de Revista ROSA. Periodista especialista en temas internacionales, y miembro del Grupo de Estudio sobre Seguridad, Defensa y RR.II. (GESDRI).

Un Comentario

  1. Estimado compañero, creo que la rearticulación del movimiento sindical es una tarea urgente y necesaria, sin lugar a dudas. También creo que los partidos de izquierda tienen un rol fundamental que jugar en esta tarea, puesto que el movimiento sindical debe estar impregnado de un sentido de clase que garantice la promoción y defensa de los intereses de los trabajadores y trabajadoras. Pero el rol de los partidos, no debe confundirse con un intento de transformar al movimiento sindical en un apéndice de la organización política, ni en un botín de guerra. Los militantes que se desempeñan en el ámbito sindical, deben tener muy presente, que su primera y principal responsabilidad es con los trabajadores y sus sindicatos. Yo creo que una de las principales falencias hoy día, es que los trabajadores no se reconocen como clase en sí y para sí (hablo en términos generales); y ello se debe no solo a un problema cultural heredado de la dictadura y el neoliberalismo, sino también al accionar de las propias cúpulas dirigenciales que han controlado la CUT desde el “retorno a la democracia”. La “política de los acuerdos” y la subordinación de los intereses de los trabajadores a las “necesidades” de los gobiernos concertacionistas, son factores que generaron la fragmentación, desmobilización y gibarización del movimiento sindical. Otras de las graves falencias de la CUT es el trabajo cupular de sus dirigentes, absolutamente desconectados de las bases; y la aberración del voto ponderado que constituía una burla grosera a la democracia interna del movimiento sibdical. Demasiado daño han causado estas prácticas a los trabajadores en su conjunto; y los responsables tienen nombre, apellido y domicilio político (PS, PC y PDC). Ojalá que este nuevo periodo sea el comienzo del fin de la instrumentalización del movimiento sindical de parte de los partidos políticos, para que volvamos a tener una CENTRAL UNICA DE TRABAJADORES, clasista, unitaria y combativa. Convergencia Social tiene el deber de multiplicar su inserción en el mundo del trabajo, especialmente en el de los trabajadores manuales y campesinos, ya que esto le permitirá dar un salto cualitativo y cuantitativo en su desarrollo político y orgánico, lo que redudará en el desarrollo de nuestro proyecto como FA.
    Eduardo Zúñiga, militante CS, región del Maule.

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