Categorías de la crítica

Paradójicamente es la misma corriente marxista la que ha hecho daño a sus propios aportes. Una de las formas en que se ha producido esto es a través de hipostasiar análisis, clasificaciones, banderas de lucha, etc. Por ejemplo, cuando en un campo de lucha histórico determinado ciertas consignas o estrategias se han revelado en su propio contexto como la meta del movimiento social de los trabajadores, luego son repetidas las mismas consignas o estrategia como meta de las organizaciones en cualquier momento, contexto político, histórico, nacional, etc. Así sucede con la eterna división en la misma izquierda entre parlamentarismo y extra parlamentarismo, entre insurrección militar o reformas institucionales, entre partido de masas o acción directa, y un largo etcétera. Cada una de estas nociones ha servido en una pugna determinada y en el marco de circunstancias históricas determinadas, las que les confiere sentido, pero su uso como una revelación divina, como una verdad eterna indiferente con la existencia concreta, deriva en un tratamiento metafísico o hipostasiado de ellas.

por Luis Velarde Figueroa

Imagen / Los Críticos, 1922, Harold Harvey.


En el mundo de la izquierda el concepto de crítica reviste ciertas notas que la hacen una forma particular de pensamiento. Distanciándose de la filosofía kantiana, cuyo método en principio oblitera lo temporal y prosaico del mundo, la corriente de pensamiento crítico de la izquierda precisamente se aboca al ámbito social de la existencia, los factores económicos, culturales, etc. en cuanto emergen y se consolidan en medio de relaciones sociales determinadas. Baste comparar grandes monumentos tales como La crítica de la razón pura y El Capital. Crítica de la economía política. Resulta evidente que en ambos casos el concepto de crítica tiene sentidos diferentes. Desde luego, en el caso de la tradición marxista, las corrientes que derivan de ésta consciente o inconscientemente, admitido o no, incluyendo aquellas que obtienen su identidad justamente en respuesta a ella, la crítica, decimos, se ha visto enriquecida por una serie de elementos, tanto en sus contenidos, los que resultan de ciertas preocupaciones y reivindicaciones sociales, como por enfoques o paradigmas formales de pensamiento, algo así como hábitos intelectuales que dimanan de presupuestos categoriales. Los primeros se encuentran determinados por evaluaciones sobre los sectores que tiene un estatuto subjetivo que permite levantar movimientos, además de los fracasos coyunturales e históricos de los proyectos de izquierda particulares. Los segundos se vinculan más bien con los aportes de la dialéctica hegeliana y las respuestas a ésta, tales como el diamat, el estructuralismo, etc. Con todo, queremos decir algunas palabras sobre la crítica, la que empleamos habitualmente hacia nuestra situación política, económica, gubernamental, etc., a fin de perfilar las fortalezas de este pensamiento así como sus vicios intelectuales. De aquellas señalaremos en breves rasgos algunos aportes de la corriente marxista, especialmente de Marx, de Lukács y de Mariátegui. De los últimos, destacaremos la hipóstasis y el dogmatismo, ambos estrechamente unidos pero susceptibles de distinción. Así podemos sugerir una cierta semejanza entre el concepto kantiano de crítica y la crítica social.

La crítica que Marx realiza a los lazos que unen a la sociedad bajo el régimen capitalista abrevan de la filosofía de Hegel en un sentido muy específico. En lugar de oponer una idea a otra de forma exterior, Marx procede a examinar la sociedad capitalista en sus propios términos, mostrando que, por ejemplo, los valores que se pregonan como extensión de ella entran en contradicción consigo mismos y, por ende, revelan su carácter meramente ideológico. Así sucede con la justicia del intercambio equivalente o la pretendida libertad. En la dinámica capitalista el intercambio basado en la acumulación y la plusvalía evidencian más bien una situación contraria a la llamada equivalencia. Por otro lado, la libertad del trabajador, el contrato asalariado, no son sino una imposición forzosa toda vez que el sistema presupone que el burgués posee por su lado los medios de producción y aquel solo la fuerza de trabajo; si estos términos no se encontrasen divorciados, la dinámica del capital carecería de sentido y, por tanto, el “trabajador asalariado libre” debe ser por principio un desposeído de los medios que permiten la reproducción tanto de su existencia como de la sociedad (Marx, 36, 37). La crítica de Marx no consiste, entonces, en oponer una sociedad imaginada a otra existente, antes bien, examina al capitalismo en sí mismo, revelando sus propias contradicciones y los gérmenes que tiene en sí de superarse, es decir, los posibles que se encuentran en su seno. Esto último, no obstante, sólo se torna comprensible en virtud de la forma en que Marx demuestra que más que sustancias por sí mismas, los elementos que forman parte de la dinámica capitalista no son sino relaciones, relaciones históricas. El dinero, por ejemplo, no sería simplemente una cosa, sino que expresa una relación específica que da lugar a su función. De tal forma que la crítica de Marx deriva en la historicidad de la realidad social, contra toda noción que naturaliza las relaciones sociales imperantes. Dice, por ejemplo, “ni la fuerza del trabajo ni los medios de producción son capital por obra de la naturaleza. Sólo adquieren este carácter social específico bajo determinadas condiciones, obra del desarrollo histórico” (Marx, 2017, p. 40). Incluso, autores como Perry Anderson, consideran que la historización es la esencia de la crítica de Marx. De aquí se entiende la idea de materialismo histórico: el estatuto ontológico de la realidad es histórico.

Hoy es fácil entender la noción según la cual aquello que en apariencia es natural no es otra cosa que un constructo social. Algo semejante se puede decir de la crítica de Marx, a condición de entender esto de manera materialista, es decir, que no se trata de constructo sólo como ideologías o algún tipo de mentalismo, sino que estos llamados constructos tienen un peso objetivo que dimana de las prácticas sociales establecidas, los lazos intersubjetivos en que descansa nuestra propia existencia. Por tanto, no basta con cambiar las ideas, con corregir las confusiones de la gente o educar mejor, sino que amerita un cambio radical en la misma base ontológica de la realidad; en suma, se necesita una revolución, la que es posible porque la realidad misma tiene aperturas, es contradictoria; Bloch llama a esto lo “todavía-no-sido”, por cuanto el mundo ya contiene “un horizonte que lo rebasa” (Bloch, 87).

El aporte de Lukács hizo escuela. Sus reflexiones de las primeras décadas del siglo pasado tuvieron un fuerte impacto en la teoría crítica de la sociedad, sobre todo por el enfoque con el cual analiza los fenómenos que aquejan a la clase trabajadora. En principio se puede decir que Lukács se preocupa de que las categorías con que pensamos la realidad capitalista difieran de las burguesas, de tal forma que volvamos conscientes las condiciones que se encuentran a la base de nuestro pensamiento. La pregunta se puede hacer así: ¿son los contenidos del pensamiento los críticos, o bien es el pensamiento el que es crítico por sí, dando lugar a los contenidos? Para un pedagogo este asunto es elemental. Si enseñamos las ideas más libertarias para que se asimilen como verdades eternas al modo religioso, entonces no hay pensamiento crítico. Para Lukács el marxismo “no significa el reconocimiento acrítico de los resultados de la investigación marxiana, ni “fe” en tal o cual tesis” (Lukács, 89), sino más bien un método de pensamiento, la dialéctica, enfrentada al pensamiento metafísico. El carácter burgués de las categorías constitutivas del pensamiento se observan en rasgos que para Lukács demuestran las ataduras materiales al estado actual de la sociedad y, por tanto, un compromiso consciente o inconsciente con su continuidad. Dichos rasgos son, por ejemplo, la comprensión cosista de los elementos que participan en el todo social. Propugna una noción de dialéctica que destaca no sólo la interacción recíproca, sino sobre todo el vínculo de esta interacción con la totalidad que le asigna su inteligibilidad. Por ejemplo, “el origen de la cognoscibilidad de un objeto partiendo de su función en la totalidad determinada en la que funciona, es lo que hace a la consideración dialéctica de la totalidad… capaz de concebir la realidad como acaecer social” (Lukács, 103). Con esta argumentación pone de relieve no únicamente la historicidad de la realidad en tanto esencia de la crítica, sino además la necesidad de que las categorías que presiden el pensamiento también reflejen una conciencia acorde con la transformación de la realidad, la conciencia de clase, cuya marca primordial consiste en ir más allá del fetichismo cosista. Por eso, Kohan, esquematizando esta perspectiva, asegura que la lógica dialéctica que supera el cosismo, puede llamarse lógica relacional (Kohan, 411), puesto que en ella toda apariencia de sustancia eterna e independiente del mundo del que participa alguna cosa se disuelve en la complejidad de las relaciones que la constituyen, incluso en su apariencia de cosa. Pero, a su vez, como esta su apariencia reificada no depende solo de un error epistemológico sino ontológico social, su corrección no se agota en la teoría, sino ante todo en la práctica revolucionaria. El carácter fetichista, en efecto, corresponde precisamente a una condición alienada de la propia sociedad, una en que nuestras propias prácticas implican una lógica de interacción que se independiza y se vuelve contra nosotros, sus productores, dominando nuestras relaciones.

Por su parte, José Carlos Mariátegui resulta ejemplar en su tratamiento de la crítica principalmente porque en él vemos en acto esa idea de Lukács según la cual el marxismo está lejos de ser la repetición de contenidos dados por sagrados. El Amauta se preocupó de las inquietudes particulares del pueblo peruano, dada su situación en el contexto mundial y sus propias condiciones culturales y económicas. Sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana marcan un hito en el pensamiento social americano pues en esta obra se observa un esfuerzo por encontrar las determinaciones específicas de la materialidad peruana. Así, comprende al indio como un problema social, pero también en él identifica la permanencia de la organización colectivista, la cual valora en tanto base posible para el desarrollo de una sociedad socialista indoamericana. Acuña aquí, además, y en forma fundacional, el concepto de colonialidad, pues más allá de la mera periodización, Mariátegui llama colonial a toda una forma del ser social y cultural de Perú. En definitiva, hace honor a su frase célebre: “No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica.”

Resumiendo, los aportes que destacamos se pueden esquematizar así: la crítica es interna y no unilateral, apuntando a las condiciones mismas de su objeto, sus contradicciones; lo crítico no es un contenido, sino una forma de pensar; la crítica debe asentarse en los términos propios de la realidad, creativamente.

Paradójicamente es la misma corriente marxista la que ha hecho daño a sus propios aportes. Una de las formas en que se ha producido esto es a través de hipostasiar análisis, clasificaciones, banderas de lucha, etc. Por ejemplo, cuando en un campo de lucha histórico determinado ciertas consignas o estrategias se han revelado en su propio contexto como la meta del movimiento social de los trabajadores, luego son repetidas las mismas consignas o estrategia como meta de las organizaciones en cualquier momento, contexto político, histórico, nacional, etc. Así sucede con la eterna división en la misma izquierda entre parlamentarismo y extra parlamentarismo, entre insurrección militar o reformas institucionales, entre partido de masas o acción directa, y un largo etcétera. Cada una de estas nociones ha servido en una pugna determinada y en el marco de circunstancias históricas determinadas, las que les confiere sentido, pero su uso como una revelación divina, como una verdad eterna indiferente con la existencia concreta, deriva en un tratamiento metafísico o hipostasiado de ellas.

Por otro lado, el dogmatismo también se presenta en la crítica cuando, hipostasiando un concepto, seguramente parte de la herencia de la crítica social, observamos la realidad sólo a fin de confirmar su contenido. Se produce así un sesgo en la comprensión de la realidad debido a que limitamos la factualidad en la medida en que cabe en los estrechos marcos de un concepto. Adorno dedicó gran parte de su Dialéctica negativa a proponer relaciones entre el ámbito conceptual del pensamiento y aquello que por sí no es concepto, entendiendo a este bajo una noción mentalista. Por ejemplo, criticando al pensamiento que se dedica solo a hallar la identidad, decía que en vez de preocuparse por lo que es algo “el pensamiento de la identidad dice bajo qué cae, de qué es ejemplar o representante, qué, por tanto, no es él mismo” (Adorno, 145). En cualquier caso, lo cierto es que si sólo tenemos ojos para los datos que confirman nuestros conceptos, aquellos que nos hacen sentido y que nos identifican, y no sometemos nuestras propias ideas a la complejidad y la evidencia del mundo, entonces las ideas se tornan dogmáticas. De hecho, esta operación dogmática también se vincula a los prejuicios, la ideología reaccionaria, los estereotipos al servicio de la discriminación, entre otros.

En ambos casos, tanto en la hipóstasis como en el dogmatismo, la calidad crítica del pensamiento y sus contenidos se ve deteriorada hasta el punto de ser poco más que una ideología, en el sentido negativo del término; ni qué decir también de su implicancia práctica.

Actualmente no es infrecuente entrar en debates sociales en un contexto interpersonal directo, en las organizaciones sociales y en instancias informales, o bien a través de las muchas redes sociales que han venido a enriquecer los medios por los cuales se discute y comparte discursos de diverso género. Todas estas discusiones y discursos son hoy la arena de la lucha ideológica. En esta arena no solo se pugna contra la visión hegemónica del sistema dominante, que no para de morir, sino también se sostiene un conflicto al interior de la misma izquierda. Se aspira en general a una crítica sin contemplaciones al estado de cosas: la explotación, la dominación y la opresión. Sin embargo, el encuentro comunicativo en muchos casos se ve entorpecido por los problemas argumentales ya señalados, en vez de asumir los aportes a la crítica que hemos heredado. Incluso en las discusiones sobre el actual gobierno, muchas veces los ataques y las defensas no pasan de ser ejercicios dogmáticos, abusando de conceptos que se pretenden fuera del mundo y verdades en sí. Aquí es donde es posible sostener un enlace entre la crítica social propia de la izquierda y la crítica kantiana. Esta procuraba el máximo reconocimiento de las condiciones a priori del entendimiento, de la práctica y de la estética, delimitando el lugar a partir del cual es posible realizar juicios de cualquier índole. Nuestra crítica, sostenemos, si bien no habrá de tomar los derroteros trascendentales de la crítica kantiana, sí debe asumir la mayor conciencia de sus categorías, de manera que podamos ejercer nuestro papel no solo en el discurso, sino también en la práctica, como actores efectivos de las transformaciones que requiere nuestra sociedad.

 

Referencias

Adorno, Theodor. Dialéctica negativa (Akal, 2014).

Bloch, Ernst. ¿Despedida de la utopía? (Machado Libros, 2017).

Kohan, Néstor. Fetichismo y poder en el pensamiento de Karl Marx (Editorial Biblos, 2013).

Marx, Karl. El Capital. Vol II ( FCE, 2017).

Luis Velarde Figueroa
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Profesor de Castellano y magíster en Literatura Chilena y Latinoamericana.