¿Uno o varios Portales? Sobre El fantasma portaliano de Rodrigo Karmy

El nombre del personaje recubre lo que se ha llamado una época. Pero al mismo tiempo, su psicología se anuda al horizonte mismo del ser chileno: la organicidad portaliana, el devenir-Portales de la república, llega a consumir los rasgos psicológicos del sujeto chileno en sí mismo.

por Claudio Aguayo Bórquez

Imagen / El Fantasma Portaliano, de Rodrigo Karmy.


La literatura sobre Diego Portales, hasta el momento, ha tendido a dos tipos de operación: la monumentalización y la desmitificación. No siempre coincidiendo con las coordenadas izquierda/derecha, ni con la división de la sociedad chilena entre sectores populares y oligarquía. Lo cierto es que un portalianismo popular ha subsistido y subsiste—la pregunta es cómo. Figuras como la del ex senador comunista Orlando Millas (“Orlando el furioso” fue el apodo que recibió como ministro de la Unidad Popular) dan cuenta de la intensidad con la que el portalianismo ha sido apropiado desde ángulos insospechados. En 1986 Millas publicó De O’higgins a Allende, trazando una línea de continuidad epocal de la república que iría desde los días del Director Supremo a la heroicidad proletaria de Allende, e incluye a Portales como parte de la tradición antioligárquica. En 1990 insistía en la figura de un Portales progresista en El antimilitarista Diego Portales.[1] Ambas publicaciones introducían una semejanza histórica entre los valores democráticos de la izquierda chilena—particularmente del Partido Comunista—incluyendo el anti-militarismo y el rechazo al tramado “liberal” de la economía capitalista, y el triministro.[2] En la otra vereda, el historiador Sergio Villalobos, famoso por su ideología racista y su declarado antimapuchismo, publicó en 1989 Portales: una falsificación histórica, dando a conocer el lado “cruel, vividor y mujeriego” del personaje histórico, pero además exhibiendo la precariedad de una imagen que sobrevive gracias a “los círculos gubernativos y la aristocracia ligada al poder autoritario”.[3] De tal manera que ambos, Millas y Villalobos, en lugares opuestos del tramado político-intelectual, realizan operaciones respecto de Portales que podrían calificarse de contradictorias: una defensa comunista de su figura, y una desautorización conservadora.[4]

En todo caso, esta curiosidad parece expresar la apropiabilidad a la que se someten los grandes personajes, en la medida en que permiten una reconfiguración de las interpelaciones ideológicas, y del discurso nacional-popular. Sucedió también con Balmaceda, reivindicado como última dignidad de la república en forma por el ultraconservador Edwards Vives, y elevado a figura de patrono de la clase obrera chilena por el historiador—también comunista—Hernán Ramírez Necochea.[5] ¿No podría eventualmente suceder lo mismo con Allende, reivindicado por Lucy Oporto, quien al mismo tiempo anatemiza la revuelta intentando burilar en ella los signos de una barbarie anticultural y “lumpenfascista”?[6]

Desde luego, las cosas con Portales no son fáciles. El fantasma portaliano, de Rodrigo Karmy, pretende una lectura del personaje que ayude a explicar un rasgo del presente, en todo caso estropeado después del plebiscito del 4 de septiembre, en el que la opción (supuestamente) portaliana habría triunfado por sobre la opción (supuestamente) popular. Si hay algo prístino en el libro es su transparente compromiso con lo que el autor describe como la dimensión “an-árquica” de la revuelta, su carácter anasémico y desactivador.[7] Dimensión anárquica que contrastaría, en primer lugar, con el “fantasma Portales”, fantasma o figura que asume todas las tonalidades del orden y de una sociedad articulada “teológico-políticamente” como soberanía de un complexio opositorum, la república monárquica que captura el “deseo de los pueblos”.[8] El texto de Karmy parece hacer circular una posibilidad poco explorada entre los intelectuales chilenos: la de una filosofía de la historia. La elevación del personaje al rango de proceso, incluso capilar o molecular, capaz de impregnar una totalidad nacional, pertenece acaso a la posibilidad de mirar los nombres históricos como encarnaciones que acumulan sentido en un rango de tiempo más que centenario: el libro se propone, inclusive, mostrar el nexo entre Portales y Pinochet—siendo el último un “Portales repetido”.[9] Constituido como una lectura filosófica de la historia de Chile, de la cual Portales sería una verdadera catexis nacional, El fantasma portaliano habilita una discusión estratégica sobre la relación entre la historia y el filosofema.

No me quiero detener en las posibilidades atributivas que el texto hace suyas, y que se multiplican en una escritura cuyo rasgo es el partisanismo—en el sentido de Lukacs y la tradición que lo sigue en Italia representada, en primer lugar, por Mario Tronti y su noción de parcialidad o punto de vista.[10] Parcialidad que en este caso es de la propia revuelta, o del sentido que ese término adquiere en Karmy. Este compromiso es el que está de trasfondo haciendo girar los términos (estado, capital, deuda, arché, acumulación originaria, arte de gobierno, etc.) en torno a un mismo significante aglutinador, el nombre propio de Diego Portales: “punto de articulación de una máquina fantasmática constituida por el cuerpo físico del gobernante y su aparato institucional, que se desmaterializará correlativamente en los cuerpos del Estado y del Capital”.[11] Esta atribución magna consagra el sentido de la propia chilenidad, incluyendo al himno, al escudo y al gobierno.[12] Aquí podrían surgir dudas respecto del texto, en la medida en que la idea de Portales como un gran padre edípico pertenece también al horizonte de la historiografía conservadora—y no tan conservadora—e incluso al horizonte de cierta literatura.

Me disgrego en algunos ejemplos. En primer lugar, el “Canto fúnebre a la muerte de don Diego Portales” de Mercedes Marín del Solar. El poema está precedido por un epígrafe de Voltaire en francés que resalta la generosidad de la vida de Portales, pero al mismo tiempo exige venganza,[13] y expone la confrontación de las fuerzas de la tiranía (“al tirano en su asiento lejano”) y cierta beatitud del estadista: “¿dónde está el genio que antes diera vida a nuestra patria amada”, “ilustre sombra”, “exceso de grandeza”, “proceder tan delicado”.[14] Para una de las primeras escritoras mujeres de Chile, Portales representa un “goce inalterable” alojado ahora en la memoria de la “dulce patria” y en los “puros ardorosos votos de un pueblo agradecido”.[15] Portales no es todavía el líder pragmático que da vida a la república en desposesión de ideales y pensamiento propio, sino una forma pura, encarnada en el pueblo, contraria a la tiranía que penetra en el poder con “envenenado soplo”.[16] Este poema, firmado anónimamente por Mercedes Marín como “señora de Santiago” (con la evidente connotación católica que porta dicho término en la capital chilena durante el siglo XIX) identifica en Portales la beatitud de la patria.[17]

Contra esto—y contra todo el orden portaliano—en 1863 Benjamín Vicuña Mackenna escribe su monumental Don Diego Portales, libro dedicado a José Victorino Lastarria, que dos años antes había publicado Portales: juicio histórico. Productos del encontronazo liberal con el orden portaliano, estos trabajos abastecen la tesis de un orden portaliano reaccionario, que “bastardea” la república: “creyendo nuestra sociedad que no tienen salvación sino en la monarquía, puesto que la república, que ella conoce, esa república que ha bastardeado y parodiado la reacción colonial es impotente”, dice Lastarria.[18] Vicuña Mackenna en este sentido participa de la misma aversión: “¿[q]ué es la revolución de 1829 considerada filosóficamente? […] solo una profunda y vasta reacción”.[19] Esta apelación al concepto de reacción para explicar la figura de Portales tenía además un segundo objetivo: ubicar al personaje en la serie de circunstancias que lo hicieron posible. En otros términos, incardinarlo en una coyuntura: “puede decirse que, si el movimiento de 1929 era la reacción, Portales solo era la revolución que en sus agitadas entrañas traía oculto aquel trastorno”.[20] Por eso Vicuña Mackenna indica que la misión de Portales es “inevitable” y pide que “en esta parte se nos escuche”: no puede ser el inventor de la “revolución reaccionaria”, es su producto, y como tal actúa para producir de ella el orden y convertir la república en un regimiento.[21] Al mismo tiempo que Vicuña Mackenna desmitifica la monumentalización de la figura de Portales, indaga en los fundamentos del régimen portaliano, pero también en la psicología de un personaje que no posee “principios públicos” ni “conocimientos de ciencia política”; la psicología abrupta de un estanquero, un comerciante bromista que ha fundado dos diarios satíricos en los que se encargó de herir y humillar a los pipiolos, por una pura aversión a los hombres progresistas de su época.[22]

Esta última observación da cuenta de un abrupto colapso de la historia en la psicología del personaje: si en el poema de Mercedes Marín la calidad de Portales, su vida íntima tantas veces escrutada permanece obturada por la beatitud, luego un interés creciente en el goce personal asecha a los intelectuales, portalianos y antiportalianos.[23] Este interés en la psicología del personaje se anuda tácticamente a una necesidad, no ya de inscribirlo en la historia, como había hecho Vicuña Mackenna, sino de inscribir la historia en él. Encina, por ejemplo, afirma en 1934 que “la obra política de Portales está de tal manera ligada a la historia de la república, que se confunde con ella; es, sencillamente, el proceso de su organización, el tránsito del caos informe al estado en forma”.[24] De tal manera que el nombre del personaje recubre lo que se ha llamado una época. Pero al mismo tiempo, su psicología se anuda al horizonte mismo del ser chileno: la organicidad portaliana, el devenir-Portales de la república, llega a consumir los rasgos psicológicos del sujeto chileno en sí mismo. Es una metáfora de la psique Joaquín Edwards Bello, autor de El roto, escribía cerca de 1958 en un manuscrito inédito: “Portales es un carácter muy chileno y lo cierto es que todos los nacidos en estos valles andinos tenemos algún parecido con él. […] El epistolario de Portales muestra la superficie erizada del carácter”.[25] Desde luego el otro Edwards, Alberto, fue el encargado de encumbrar la tesis del estado en forma, siguiendo a Spengler y una versión local de la lebensphilosophie. Sin embargo, lo que resulta hoy difícil de recordar es que una parte importante de la literatura portaliana del siglo XX, incluyendo por supuesto a Encina y Alberto Edwards, pero también al autor de El Roto, Joaquín Edwards Bello, refieren a uno de los trabajos de apertura del ensayismo del centenario y el pensamiento conservador: Raza chilena de Nicolás Palacios.[26] Palacios señala ahí con bastante seguridad que uno de los componentes raciales de la chilenidad, el elemento gótico, era el llamado “rucio ñato, caranton, patullido” y que una idea de esa fisionomía se encuentra en “la nariz de don Diego Portales”.[27] Portales representa la virilidad frente a un latinismo afeminado que en el período en que se escribió el libro (1902-1904) quedaba fácilmente asociado a ese segmento social constituido por un patriciado liberal y afrancesado.

Este corrimiento obsesivo hacia la figura de Portales, incluso hacia su nariz, da cuenta de la presencia de un “enigma de la república”, parafraseando a Sarmiento.[28] La pregunta de cómo es posible la extremada gravitación de un personaje que ocupó escasos años de la vida pública (1830-1837), que es conocidamente grosero, y que no posee una escritura a la altura de otros grandes “estadistas” de la América hispana, sino que más bien un prontuario burlesco, lleno de humillaciones y bromas de mal gusto. Sin ir más lejos, la “época de Portales” es también la época de los argentinos emigrados, muchos de ellos posteriormente estadistas—incluso presidentes—de la Argentina: Alberdi, Sarmiento, Vicente Fidel López. Frente a esta camada de escritores prolíficos Portales aparece casi como una suerte de significante vacío de la historia.

El libro de Rodrigo Karmy pertenece a este corrimiento hacia una figura que con su enigma es capaz de ordenar el sentido de la chilenidad. Al mismo tiempo, por esa misma tentación que ofrece la figura, el fantasma termina asumiendo todas las casillas que permitan explicar la sumisión del deseo al orden patrio. Chile—dice Karmy—representa un “territorio accidentado, las grietas crecen en él, las devastaciones no dejan de asediar” y frente a esa “loca geografía” (como la llamó el amante del mar que fue Benjamín Subercaseaux), el fantasma de Portales provee cierta “pavimentación de la geografía de los cuerpos”.[29] Consagrada como sintagma arquetípico del portalianismo en el ensayismo nacional, la idea del “peso de la noche”[30] representa para Karmy “una violencia constitutiva y necesariamente productora del Capital”.[31] El gobierno portaliano también “devendrá el fantasma que reproduce la antigua forma del poder monárquico en medio de la época republicana, o si se quiere, el dispositivo colonial en plena forma poscolonial”.[32] Razón de estado, enjambre estado-capital, arte de gobierno, reacción monárquica: Portales asume la posición de lo que Hegel llamaba “mala infinitud” (schlechte Unedlichkeit).[33] En la medida en que lo que debe ponerse de relieve en Portales es su reversibilidad más o menos infinita en la serie de elementos que aprisionan el deseo, la república de los cuerpos, la revuelta, etc., él mismo queda subsumido por la serie de cuerpos que no son él o, en otros términos: él mismo se aliena en toda esa corporeidad. Del otro lado se abre, por contraste, el cuerpo “fragmentario, subterráneo y muchas veces silencioso de los pueblos”.[34]

Me permito terminar haciendo alusión al concepto con el que se abre promisoriamente el libro de Karmy: el concepto de deseo. Deseo y sutura: “el fantasma portaliano habría constituido la sutura que articuló la estructura oligárquica de la república de Chile”.[35] Pero si el deseo es la emancipación, y Portales la sutura, ya no tenemos más que un corte esencial en la historia de la república. Katechón y redención. Portales y el pueblo… ¿Portales y su pueblo? Pregunta que no pretende más que ser una provocación al debate a través de un libro que lo ha abierto. Ha sido Alfredo Jocelyn-Holt quien ha llamado la atención sobre esa obsesión con Portales en todas las épocas intelectuales de Chile, desde Lastarria hasta Gabriel Salazar—la tesis de Jocelyn-Holt es precisamente que, incluso cuando pretende recuperar un sujeto popular allende el autoritarismo portaliano, Salazar confirma el mito: este último agregó un “giro económico al cuento de siempre”.[36] Salazar, por su parte, no ceja en señalar que Portales es el efecto de una monumentalización, la fundación de un origen esencial.[37] Quizás el mejor ejemplo de la complicación en la que el libro de Karmy se sitúa, es la estrepitosa derrota del “antiportalianismo” acaecida el 4 de septiembre de 2022. Precisamente en un sentido lacaniano que Karmy promueve, este suceso fue la reafirmación de un fantasma. Como es conocido, la idea lacaniana del fantasma pretende ser una reconstrucción de la fantasía freudiana, y Freud definía las fantasías comparándolas con “los mestizos entre diversas razas humanas”.[38] Para un segmento cíclico de la intelectualidad nacional, la plebe de fantasmas mestizos queda contorneada por el mito de Portales, para bien o para mal. Quizás se trata de volver a la estructura sobredeterminada que lo reproduce.[39]

 

Notas

[1] Millas, Orlando. El antimilitarista Diego Portales. Santiago, Ediciones Colo-colo, 1990.

[2] Millas perteneció siempre al ala “derecha” del PC chileno. Se opuso internamente a la vía armada y a la creación del FPMR, y defendía la adscripción del PC chileno a una vía parlamentaria estrictamente apegada a las reglas del juego democrático. Véase: Rolando Álvarez Vallejo, Desde las sombras. Una historia de la clandestinidad comunista. Santiago, LOM ediciones, 2005. En una entrevista a la revista Cosas de 1987, Millas declara que Portales estaba contra los liberales que en Chile querían instaurar el capitalismo.

[3] Vilallobos, Sergio. Portales: Una falsificación histórica. Santiago, Editorial Universitaria, 1989, p. 14.

[4] Ramírez Necochea, en todo caso, no estaría de acuerdo con la recuperación de Portales efectuada por Orlando Millas. En su obra monumental, Historia del movimiento obrero chileno reivindica más bien a la oposición al portalianismo encabezada por Bilbao y Lastarria. Véase Ramírez Necochea, Hernán. Historia del movimiento obrero en Chile: antecedentes siglo XIX. Santiago, Ed. Austral, 1956. El libro de Edwards Vives es, desde luego, La fronda aristocrática, en especial el capítulo “El triunfo de la fronda”, Santiago, Pacífico, 1966, pp. 66-73.

[5] Ramírez Necochea, Hernán. La guerra civil de 1891. Santiago, Ed. Austral, 1951.

[6] Oporto Valencia, Lucy. He aquí el lugar en el que debes armarte de fortaleza. Santiago, Katankura, 2022.

[7] “Salvo determinadas excepciones, la intelectualidad oligárquica a penas se detiene para pensar y, más bien, comanda su palabra como armas dirigidas a la cacería que se anuncia: la anarquía ha vuelto”. Karmy, Rodrigo. El fantasma portaliano: Arte de gobierno y república de los cuerpos. Temuco, Ediciones UFRO, 2022.

[8] Karmy, op. cit., p. 41.

[9] Karmy, op. cit., p. 84. Subrayados de Rodrigo Karmy.

[10] Este sentido del término podría contrastar con el utilizado por Schmitt en su famosa Teoría del partisano. Véase: Lukacs, Gyorgy. Tendenz oder parteilichkeit? Die Liknskurve, IV/6, 1932, pp. 13-21. El texto de Lukacs plantea que el partisanismo, en su significación marxista, es la posibilidad misma de la dialéctica, el punto de partida de la teoría.

[11] Karmy, op. cit., p. 41. Mayúsculas en el original.

[12] A este respecto, son todos puntos comentados por Rodrigo Karmy en su libro: los primeros versos del himno nacional, el escudo nacional y su formulación arquetípica, etc.

[13] “Hélas! Si sa grande âme eût connu la vengeance/ Il vivrait et sa vie eût rempli nos souhaits./ Sourt ous ses meurtriers il versa ses bienfaits” (La mort de César, 995). Agradezco a Alejandro Fielbaum por encontrar la fuente de este epígrafe. Disponible en http://www.theatre-classique.fr/

[14] Poesías de la señora Mercedes Marín del Solar, dadas a luz por su hijo Enrique del Solar. Santiago, Imprenta Andrés Bello, 1874, pp. 2-14.

[15] Ibid., p. 11-12.

[16] Ibid., p. 5

[17] “Señoras de Santiago” es el nombre con el que muchas mujeres católicas se hicieron conocer en el siglo XIX en Santiago de Chile. En 1860 se comienza a publicar El eco de las Señoras de Santiago, una revista cuya principal intervención fue la oposición denodada a la libertad de cultos.

[18] Lastarria, José Victorino. Diego Portales: Juicio Histórico. Edición kindle de Leeaf Books.

[19] Vicuña Mackenna, Benjamín. Introducción a la Historia de los diez años de la administración de Montt. Don Diego Portales. Valparaíso, Imprenta del Mercurio, 1863, p. 11

[20] Ibid., p. 23

[21] Ibid., p. 25-26

[22] Vicuña Mackenna, op. cit., p. 41

[23] Vicuña Mackenna se interesa por las “interjecciones españolas” de Portales, los famosos garabatos con los que escribe, y pese a ser un liberal—o por lo mismo—los pone en puntos suspensivos. También da cuenta de las “orjías” a las que supuestamente Portales asistía, y a las que prefería al servicio público: op. cit., p. 56. Quizás hay algo de Portales que nos dice mucho acerca de la personalidad del conservadurismo chileno, de su apuesta por un goce capitalista privado, prostibulario, pero alejado del escrutinio público.

[24] Encina, Francisco Antonio. Introducción a la historia de la época de Diego Portales, 1830-1891. Santiago, Nascimento, 1964.

[25] Edwards Bello, Joaquín. “Andrés Bello y Diego Portales”. Manuscrito inédito, Biblioteca Nacional de Santiago.

[26] Como en el caso de Edwards Bello la filiación no es tan evidente, cito al autor: “La obra Raza chilena por Nicolás Palacios alcanzó gran fama, a pesar de sus errores científicos, por interpretar este aspecto de nuestro carácter”. Edwards Bello, op. cit.

[27] Palacios, Nicolás. Raza chilena. Imprenta y Litografía Alemana de Gustavo Schäfer, Valparaíso, 1904, p. 186.

[28] Sarmiento, Domingo Faustino. Facundo, civilización y barbarie. Madrid, Cátedra, 2019, p. 44.

[29] Karmy, op. cit., p. 25

[30] Véase, por ejemplo: Jocelyn-Holt, Alfredo. ‘El peso de la noche’: nuestra frágil fortaleza histórica. Santiago, Planeta, 1997.

[31] Karmy, op. cit., p. 34

[32] Ibid., p. 46

[33] Hegel, Georg Wilhelm Fredrich. Ciencia de la lógica. Madrid, Abada, 2011, p. 264

[34] Karmy, op. cit., p. 21

[35] Karmy, op. cit., p. 43

[36] Jocelyn-Holt, Alfredo. “Mercaderes, empresarios y capitalistas de Gabriel Salazar” en Estudios Públicos. Verano 2011, 121, p. 313.

[37] Especialmente en Mercaderes, empresarios y capitalistas alude a la “esencialización (o monumentalización) de ese origen”. Santiago, LOM, 2018.

[38] Freud, Sigmund. “Lo inconsciente” en Obras completas. Buenos Aires, Amorrortu, 1992, 188.

[39] Reconozco que esa ha sido la intención de Salazar con sus dos libros Mercaderes, empresarios y capitalistas y Construcción del Estado en Chile. Desde luego, hay algo en la escritura de Salazar que rechaza los aportes de la historia conceptual, y que permanece atrapado en el historicismo. Aunque ello no ha sido obstáculo para que su obra se constituya en aporte, en la medida en que comienza a situar la dirección del debate acerca de Portales, de la pertinencia o no del concepto de “época” que abraza su nombre después de la obra de Vicuña Mackenna, y de la monumentalización conservadora que lo rodea.

Claudio Aguayo Bórquez
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Profesor y Magíster en Filosofía, Ph.D. en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Michigan. Profesor de la Universidad Estatal de Fort Hays en Kansas.