La lucha por la tierra y la explotación capitalista

A mi modo de ver la longevidad de esta “inclusión gradual” no es un problema propiamente teórico, sino más que nada una serie de problemas históricos concretos, de la misma forma que la decisión sobre qué partes de la vida humana se vuelven mercantilizadas y cuáles no depende de condiciones históricas y no de los límites teóricos de la mercantilización bajo el capitalismo per se. Expandiéndose hacia el terreno de propiedad de la tierra, las formas capitalistas de intercambio y producción se enfrentan al mismo tiempo a una serie de condiciones limitantes concretas.

por Pepijn Brandon

Imagen / 5º Congresso do Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (MST), 2007. Fuente: Wikipedia.


Debates recientes entre los dos contendores de las elecciones a la presidencia de Indonesia nos recuerdan que la lucha por la tierra atraviesa la historia del capitalismo como hilo rojo. A pesar de los enormes cambios en la relación entre acumulación capitalista y economías campesinas, hay un aspecto que perdura en esta historia. Independiente de las muchas formas que toma la propiedad privada de la tierra bajo el capitalismo, en palabras de Marx en El Capital, volumen III siempre “presupone el monopolio de ciertas personas sobre determinadas porciones del planeta, sobre las cuales pueden disponer como esferas exclusivas de su arbitrio privado, con exclusión de todos los demás.” Y dado que este proceso de exclusión está históricamente atado a la expropiación y desplazamiento, colonialismo y conquista, especulación financiera y degradación ecológica, lidiar con la cuestión de la tierra nunca ha cesado de ensuciar las manos de todos los miembros de la clase dominante que se involucran en ésta.

En esta carta, me enfocaré en una pregunta elemental: ¿Por qué la “cuestión agraria” tiene tanta longevidad bajo el capitalismo? Tal como ocurre con todas las preguntas de este tipo, dar con una respuesta no es simple. El proceso concreto por el cual economías campesinas son integradas al mercado mundial varía profundamente de época a época, entre distintas regiones del mundo y zonas ecológicas, y dependiendo de las características específicas de los agentes del capital y las relaciones sociales preexistentes en el territorio en cuestión antes del encuentro entre ellos. La integración nunca es un proceso sencillo, y a menudo incluye compromisos de increíble complejidad entre viejas aristocracias, aspirantes a rentistas y oligarquías capitalistas, como también entre todas las clases terratenientes, el Estado y productores pequeños. El desenlace en muchos de los casos diverge del estereotípico patrón de agricultura capitalista concebido por algunos pensadores socialistas, en el cual el desarrollo capitalista conduciría a un escenario de obreros agrícolas trabajando en mega plantaciones parecidas a la producción en fábrica – aunque claramente existen instancias en las cuales el capitalismo agrícola toma esta forma.

Estas observaciones tomadas en su conjunto han servido como punto de partida de un largo debate entre pensadores marxistas. Se remonta hasta los tiempos de Marx mismo. Como es bien sabido, trabajar la teoría de la renta de la tierra, en donde se explica cómo una clase compuesta por terratenientes que se encontraba aparentemente fuera del núcleo capitalista (dicotomía entre trabajadores y la burguesía industrial) se apropiaba de una parte del plusvalor producido socialmente sin negar la ley de valor, fue un problema clave que Marx tuvo que resolver a fin de poder escribir El Capital. Incluso después de que haya resuelto este problema teóricamente, su deseo de encontrar explicaciones históricas para las muchas variaciones en las formas concretas en las cuales se expresaba la propiedad de la tierra en Europa, las colonias de colonos blancos, India y Rusia detuvieron a Marx en su intento de terminar los manuscritos para el Volumen III. A finales del siglo diecinueve y a principios del veinte, la cuestión agraria dividió a marxistas rusos y populistas y derivó en la famosa polémica entre Lenin y Kautsky. A lo largo del siglo veinte, economistas desarrollistas y teóricos de la dependencia le asignaron un rol central a la pregunta acerca de la división de la tierra para explicar los intentos de las naciones colonizadas, semi colonizadas y previamente colonizadas, de escapar de la pobreza. Estos debates nunca fueron abstractos. Movimientos comunistas de variadas partes del mundo se encontraban a sí mismos en las primeras líneas de revueltas campesinas y los pobres campestres contra terratenientes. Paradójicamente, y en detrimento de estos a menudo heroicos movimientos, el “socialismo de estado” demostró ser un despojador agresivo del campesinado por derecho propio.

La importancia persistente de la cuestión agraria a través de la historia del capitalismo está vinculada directamente al tema de la “acumulación originaria” discutida por mí en las dos cartas previas. En El Capital, volumen I, Marx trata de forma extensa la mercantilización de la tierra y a menudo violenta destrucción de comunidades rurales como precondiciones decisivas “originales” para el desarrollo capitalista. Sin embargo, algunas de las complejidades a las cuales se enfrentan autores marxistas al tratar esta pregunta surgen de la misma fuente. ¿Si el desarrollo capitalista está basado en la destrucción de relaciones sociales agrarias precapitalistas, cómo entonces pueden estas relaciones precapitalistas seguir persiguiendo al sistema capitalista mientras este madura? Creo que un elemento crucial para solucionar este problema es reconocer que, para Marx, la privatización de la tierra y la desposesión de productores directos, por un lado, y la introducción del modo de producción capitalista propiamente dicho en agricultura, son ambos momentos del desarrollo capitalista, pero no necesariamente el mismo momento ni tampoco consecutivos. No hay duda de que Marx vio a los dos primeros como precondiciones del desarrollo capitalista. Pero al segundo lo trató solo como un resultado a largo plazo. Esta división se ve claramente en el pasaje de El Capital, volumen III, donde explícitamente parte desde la discusión de la “acumulación originaria” del volumen I.

“En el capítulo dedicado a estudiar la “acumulación originaría” veíamos que ese modo de producción presupone, de una parte, que los productores directos pierden su condición de meros accesorios de la tierra (en forma de vasallo, de siervo, de esclavo, etcétera), y, de otra que la masa del pueblo es desposeída del suelo y del fundo. En este sentido, podemos decir que el monopolio de la propiedad de la tierra es la precondición histórica del modo de producción capitalista y permanece como su cimiento permanente, como también de todos los sistemas de producción anteriores basados bajo una u otra forma en la explotación de las masas. Ahora bien, la forma en que la producción capitalista incipiente se encuentra con la propiedad de la tierra no es su forma adecuada. La forma adecuada de propiedad territorial la crea el propio régimen de producción capitalista al someter la agricultura al capital, y con esto la propiedad feudal de la tierra, la propiedad feudal y la pequeña propiedad campesina combinada con el régimen comunal se convierten también en la forma económica adecuada a este sistema de producción, por mucho que sus formas jurídicas puedan diferir.” (Cursivas por Marx, tomadas de la nueva traducción basada en el manuscrito de Marx de 1864-1865. El pasaje completo fue incluido en la edición de Engels del volumen III)

El orden expuesto aquí va en concordancia con lo que Marx frecuentemente declaró acerca de que “la producción capitalista se desarrolla primero en el ámbito industrial, no en la agricultura, y solo incluye la segunda, pero de forma gradual” (Theories of Surplus Value, Volume III, chapter 20.II.c).

A mi modo de ver la longevidad de esta “inclusión gradual” no es un problema propiamente teórico, sino más que nada una serie de problemas históricos concretos, de la misma forma que la decisión sobre qué partes de la vida humana se vuelven mercantilizadas y cuáles no depende de condiciones históricas y no de los límites teóricos de la mercantilización bajo el capitalismo per se. Expandiéndose hacia el terreno de propiedad de la tierra, las formas capitalistas de intercambio y producción se enfrentan al mismo tiempo a una serie de condiciones limitantes concretas. La tierra es la fuente principal de riqueza de todas las clases dominantes precedentes. Es la base material de economías de subsistencia y de comunidades que dependen de la tierra para trabajar.  Es el punto principal en la que interviene la propia naturaleza en la producción y establece barreras al metabolismo social del capitalismo, o sea, la interacción mediada socialmente entre humanos y su entorno. Es la base territorial bajo la cual la soberanía estatal se construye, y una fuente fundamental de ingresos estatales. En ocasiones, la rápida expansión del sistema empuja a capitalista y al Estado a embestir todas estas barreras de una vez, incluso con el riesgo de guerra social. En ocasiones, momentos temporales de estancamiento o contracción pueden transformar las fronteras agrícolas de la acumulación de capital en zonas ideales de amortiguación en las cuales “perder” fuerza de trabajo (el ejército de reserva según Marx), o en las cuales verter parte de los costos de la reproducción sociales (para usar el término popularizado por feministas socialistas tales como Tithi Bhattacharya). La gran variedad de formas legales bajo las cuales la invasión económica del capital toma lugar, a menudo permite un incómodo balance entre avance y consolidación para parecer como la preservación pura de la tradición. Sin embargo, tal como Jairus Banaji ha demostrado extensivamente en sus estudios sobre la relación entre campesino del sur de India y el mercado mundial, lo que aparece como tradición con frecuencia consiste en la nueva creación de formas intermediaras bajo la tutela del capital.

Algunas de las luchas políticas más desesperadas de los últimos años han sobre el control de la tierra, desde la expropiación de tierras nativas que permitirían la construcción de un oleoducto en Norteamérica a los ataques asesinos dirigidos hacia el Movimiento de los trabajadores rurales sin tierra (MST) en Brasil. Para políticos codiciosos y grandes terratenientes, no obstante, es un momento de oportunidades. La presente fase de la globalización ha marcado el inicio de nuevas olas de reformas agrícolas. En la presente coyuntura, la agroindustria global de forma aún más incesante que en el pasado subordina sistemas locales de producción a los dictámenes del mercado mundial, mientras que frecuentemente se autoetiqueta como “socialmente responsable” y “amigable ecológicamente” en consideración de consumidores de la clase media occidental. Este proceso de sujeción involucra todo tipo de tratos al revés con grandes terratenientes y especuladores a expensas de los campesinos pequeño-productores, quienes bajo el neoliberalismo carecen hasta de una mínima protección anteriormente otorgada por los Estados desarrollistas. La voracidad de esta nueva ola es adicionalmente profundizada por el impacto del cambio climático, que socava los recursos para la resistencia de comunidades pobres contra multinacionales y Estados locales.

Sin embargo, incluso la última fase de globalización capitalista y reforma agraria simplemente no resolverán la cuestión agraria para el capitalismo, al disolver todos los títulos tradicionales sobre la tierra en una única categoría de propiedad comercial de la tierra y al dividir la mayoría de la población rural en campesinos capitalistas y proletarios. Tal como expone el historiador agrario de tendencia marxista Henry Bernstein en su artículo del 2002,

“justo cuando el capital de la agroindustria se consolida por medio de la globalización…, también es el trabajo en el mundo capitalista contemporáneo cada vez más fragmentado estructuralmente, especialmente en el sur. Esta fragmentación – manifestada, inter alia, en las estancadas o declinantes oportunidades de (relativamente) estables empleos asalariados, el vasto alcance del “sector informal” urbano, y la (re)estructuración de mercados de trabajo, tanto urbanos como rurales- también se asocia con la dinámica de clase dentro del lugar de trabajo en la pequeña producción de mercancías agrícolas.”

El objetivo de la propiedad de la tierra en esta nueva fase permanece, tal como Marx lo dijo, en convertir porciones completas de la tierra en esferas exclusivas de sus propietarios, donde puedan ejercer “su arbitrio privado, con exclusión de todos los demás”. Pero este arbitrio privado no necesita permanecer incontestable, por muy opulentos o poderosos sean los individuos que lo posean.

Bibliografía:

  • Banaji, Jairus, Theory as History. Essays on Modes of Production and Exploitation (Leiden / Boston, 2010)
  • Bernstein, Henry, “Land Reform: Taking a Long(er) View”, Journal of Agrarian Change, Vol. 2, No. 4 (2002), pp. 433-463
  • Bhattacharya, Tithi (ed), Social Reproduction Theory. Remapping Class, Recentering Oppression (London, 2017)
  • Marx, Karl, A Critique of Political Economy, Volume III (London, 1991) Part Six
  • Marx, Karl, Theories of Surplus Value, https://www.marxists.org/archive/marx/works/1863/theories-surplus-value/

 

* Traducción para ROSA de Matías Urzúa.

 

Matías Guerra Urzúa
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Estudiante de sociología de la Universidad de Chile, integrante del Centro de Investigación Político Social del Trabajo (CIPSTRA).

Pepijn Brandon
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Historiador, investigador del Instituto Internacional de Historia Social (IISH) y de la Vrije Universiteit, Ámsterdam, Países Bajos.