La pandemia no ha justificado una renta básica universal

Las ayudas económicas directas y universales han significado un salvavidas financiero durante la pandemia, tanto para los hogares como para la economía en general. Pero al contrario de lo que muchos de los defensores de la renta básica universal sostienen, estas experiencias del año recién pasado no sugieren un modelo a seguir para una agenda de izquierda en tiempos normales.

por Michal Rozworski (traducción de Andrés Fielbaum)

Texto original: The Pandemic Hasn’t Made the Case for Universal Basic Income, Jacobin.

Imagen / Marcha en San Antonio, Chile, 12 de noviembre 2019, Vivian Morales C. en Flickr. Fuente.


El dinero es supervivencia. Comida, refugio, ropa e incluso la capacidad de socializar: para la mayoría de las personas en el planeta, prácticamente todas las facetas de la vida actual requieren pagar. De este modo, puede calificarse de heroico el que Bernie Sanders haya mantenido viva, casi sin ayuda de nadie, la propuesta de cheques de US$2000 para cada adulto mientras el COVID-19 continúe golpeando. Pero cabe preguntarse ¿representan estos cheques un modelo para la política posterior a la pandemia?

Los partidarios de la renta básica universal (RBU) creen que sí. Para muchos de sus partidarios dentro de la izquierda, la RBU ha sido reivindicada por la pandemia COVID-19. Los gobiernos están transfiriendo dinero a los trabajadores exclusivamente para que se queden en casa, a menudo sin condiciones adicionales.

Todo esto se parece mucho a una versión selectiva de la RBU, una prueba de funcionamiento. A la gente se le está pagando por no hacer nada y el cielo no se ha caído- o más bien, sí se ha caído, pero no por eso. Ya existen lecciones importantes que extraer del apoyo a la expansión de la recaudación fiscal alrededor del mundo. Sin embargo, la necesidad urgente de una RBU no es una de ellas.

 

Rompiendo las cadenas (de pagos)

Las respuestas a la pandemia COVID-19 han demostrado que la austeridad siempre fue una opción política y no una necesidad. Los Estados pueden intervenir y gastar a gran escala cuando sea necesario. Cuando los ricos y las corporaciones temen por la supervivencia misma del sistema, son capaces de abandonar sus falsos pretextos. Los gobiernos se han endeudado para que la gente -y el sistema capitalista- puedan sobrevivir. Y lo han hecho con la bendición de la OCDE y el FMI.

Sin embargo, el objetivo de todo este gasto anormal era mantener las cosas normales, o al menos tanto como fuera posible. A trabajadores y cesantes se les pagaba para que se quedaran en casa, de modo de detener la propagación del virus, pero también para evitar que la economía se paralizase detrás de una cascada de arriendos y facturas impagas, y de bienes y servicios no adquiridos. El objetivo era romper la cadena de infección sin romper la cadena de pagos.

Si yo no puedo pagar al almacén, entonces su dueño no podrá pagar al mayorista, quien a su vez no podrá pagar al productor. Todos ellos no podrán pagar los arriendos de sus propiedades, cuyos dueños, si tienen créditos hipotecarios, no podrán pagar a los bancos. Y así sucesivamente en una espiral que termina con quiebras masivas y desempleo. El apoyo a los ingresos de emergencia permite que la gente sobreviva engrasando las ruedas del comercio que, de otro modo, se paralizarían desastrosamente. No se trata de alterar la distribución de recursos de una manera más fundamental.

Esto es exactamente lo que derechistas pro-RBU, como lo fuera en su momento Milton Friedman, han tenido en mente: mantener, incluso extender, la sociedad de mercado. Argumentar que la pandemia exhibe la necesidad de una RBU implica o bien malentender lo que los gobiernos han buscado con los ingresos de emergencia durante la pandemia, o una disposición a ir de la mano con visiones pro-mercado.

Si es que la pandemia ha mostrado algo respecto a la RBU, es que ésta puede perfectamente ser parte del statu quo. La versión de derechas sería insuficiente, e implicaría destrozar lo que queda de Estado de bienestar. Sin embargo, el apoyo a esta política de personajes como Milton Freedman o los abanderados del progresismo neoliberal como el Partido Liberal de Canadá y el Foro Económico Mundial (donde se afirma que la RBU “aumentaría los incentivos para aceptar cualquier empleo disponible”, ayudando a enfrentar la cesantía pospandemia) debiera al menos llamar la atención.

La pandemia también ha mostrado que, para alcanzar una RBU significativa, se requeriría una crisis del orden actual incluso mayor que la que nos agobia hoy. Pero si tuviéramos la capacidad de forzar una crisis así, ¿No querríamos cambios que fueran de mayor profundidad?

Sueldo mínimo universal

Para ser claros: las ayudas financieras durante la pandemia han sido indudablemente positivas. Han evitado un desempleo masivo, han permitido que la gente no pierda sus hogares, y han ayudado a que se mantenga el acceso a los bienes básicos para vivir incluyendo lo que sea que las personas determinen necesario, especialmente cuando se trata de lidiar con esta cotidianeidad estresante e infernal. Estas ayudas tienen que mantenerse por todo el tiempo que dure la pandemia.

Pero pese a su gran alcance, las ayudas de emergencia no han sido una prueba de funcionamiento para la RBU. Al menos en los países ricos, se han parecido mucho más a un sueldo mínimo.

En Europa, los Estados se han hecho cargo principalmente de los sueldos: los trabajadores no considerados esenciales y que no pueden trabajar desde casa, están recibiendo de todos modos la mayor parte de sus salarios. En el intento de apaciguar el desempleo, los países europeos han reemplazado los sueldos perdidos por ayudas, para que las cosas luzcan tal como antes, al menos en el papel. Millones de trabajadores, especialmente los no-esenciales, están recibiendo pagos desde el gobierno por realizar el trabajo de quedarse en casa. Aquellos que pueden trabajar desde casa continúan recibiendo el sueldo de sus empleadores.

En EEUU y Canadá, los seguros de desempleo, similares a una RBU, han hecho el trabajo pesado. En EEUU, la “Ley CARES” creó una de las mayores expansiones del bienestar que el país haya presenciado. No importa que ésta haya sido el resultado de un cóctel cuyos ingredientes fueron la incompetencia y la mezquindad: los US$600 semanales para los desempleados se decidieron sobre la base de computadores que eran demasiado viejos y poco confiables para manejar fórmulas complejas, y las políticas previas de ayuda a los desempleados en algunos Estados eran tan bajas que solamente una expansión de este calibre podía asegurar que la gente aún fuese capaz de pagar sus cuentas.

Y sin quererlo, fue el programa que más redujo la pobreza en toda una generación, básicamente por poner un piso mínimo a los salarios. Los sueldos y beneficios totales en EEUU fueron más grandes en Julio de 2020 que en febrero de ese mismo año, demostrando principalmente cuán bajos eran los sueldos antes de la pandemia.

Canadá, por su parte, le ha pagado a los trabajadores desempleados, a quienes ejercen roles de cuidado, y a aquellos enfermos con COVID US$2000 mensuales. Esto también ha creado un sueldo mínimo de facto – o casi: muchos de los que más necesitan este ingreso extra están excluidos por recibir otros tipos de ayuda estatal. La solución obvia es hacer este sueldo mínimo universal, en el sentido opuesto de décadas de reformas neoliberales que han reducido beneficios con niveles cada vez más agresivos de focalización.

La pandemia ha mostrado cuán profundamente inadecuados y punitivos eran nuestros sistemas de ayuda estatal en tiempos “normales”. Tanto los seguros de desempleo como las ayudas sociales tienen que transformarse y estar disponibles para todo quien necesite, lejos de los estigmas y las migajas para quienes demuestren ser suficientemente pobres. Por ejemplo, el centro de investigación New Economics Foundation en Inglaterra ha propuesto planes para un sueldo mínimo que pueda cubrir a toda persona que haya caído en las fisuras de las redes de protección frente a la pandemia, a un costo bajo en comparación con todos los gastos pandémicos.

Que la respuesta de los Estados capitalistas no haya sido un presagio de la RBU no implica, por supuesto, que nada bueno pueda venir de ella. Pero una mirada profunda desde la izquierda a los aprendizajes de la pandemia y las ventanas de oportunidad que ha producido muestra que éstos son bastante diferentes que lo que los defensores de la RBU esperan ver.

 

Bienes colectivos versus cheques individuales

La pandemia no sólo ha expuesto todas las irracionalidades e inequidades en nuestro mundo, sino que también ha pavimentado la necesidad para soluciones colectivas a nuestros problemas. El mercado no va a ser capaz de resolver la pandemia: ésa es la principal lección, que podemos generalizar en una era de crisis climática y desigualdades rampantes.

Por ahora, se ha regulado la existencia de un mundo ligeramente diferente y en poco tiempo: las preguntas de quién trabaja y quién no, cuál actividad económica se mantiene y cuál no, ya no depende exclusivamente del mercado. Planificaciones económicas explícitas han estado en el centro de la escena, de un modo que no se veía desde el final de la segunda guerra mundial.

Sin embargo, estas nuevas disposiciones son temporales, y están diseñadas para permitir un retorno al statu quo. Si bien algunas cosas han sido positivas, como las ayudas financieras, muchas personas han sufrido innecesariamente enfermedades, desempleo, desalojos y otros flagelos, debido a gobiernos que han temido desviarse de manera más decisiva de la ortodoxia económica. Y la misma razón va a provocar que muchas más pierdan sus empleos, hogares y salud, mientras salimos de la pandemia.

La pandemia ha exhibido la obviedad que darle dinero a los pobres reduce la pobreza, pero también ha demostrado que necesitamos desesperadamente más servicios y bienes públicos. Las ayudas financieras se van directo a arrendadores y a pagar deudas, al igual que ocurría con los sueldos. La pandemia ha mostrado que en el largo plazo necesitamos invertir en soluciones colectivas, más que cobrar cheques individuales.

Esto incluye sistemas de salud que sean realmente universales, integrales y con capacidad de reserva para hacer frente a emergencias. También incluye servicios de cuidado de adultos mayores públicos y de calidad: el fracaso criminal del cuidado de ancianos privatizado ha sido una constante en diversos países. En el otro extremo etario, la pandemia ha subrayado la necesidad de educación pública, accesible y de calidad para todas las edades, considerando los millones de personas que repentinamente tuvieron que cuidar a sus hijos en casa. Tener cursos más pequeños no solamente frena la dispersión del virus, sino que incrementa la dispersión de oportunidades para aprender.

La lista continúa. Cuando albergar a los indigentes se convirtió en un problema de salud pública, resultó que había sitios vacantes para proveerles refugio. Hoteles vacíos e incluso departamentos vacíos fueron convertidos en albergues. En términos generales, la pandemia mostró que no debemos considerar las casas como inversiones, sino que como lugares donde vivir. Este principio se puede generalizar mediante una construcción masiva de viviendas públicas a precios asequibles, al tiempo que ayudaría a eliminar en los barrios de bajos ingresos el hacinamiento, que aumenta la inequidad en las tasas de infección del virus.

La pandemia ha mostrado pequeños destellos de un mundo en que hacemos las cosas de manera diferente. Junto con invertir en necesidades inmediatas como salud, educación y vivienda, cualquier salida de la pandemia va a necesitar un largo período de reconstrucción una vez que lo peor haya pasado. La crisis climática está a la vuelta de la esquina, y las justificaciones son más fuertes hoy para un “Green New Deal” de inversiones públicas y conversiones económicas.

Una manera para adentrarse en las preguntas más generales es la reevaluación producida por la pandemia del trabajo esencial y los trabajadores esenciales. La gente se pregunta quién realmente produce valor: ¿El banquero o el repartidor? ¿El administrador de seguros o la enfermera?

La izquierda necesita abrir esta puerta. Frente a nosotros yace una oportunidad para luchas renovadas respecto a qué es lo que tiene valor y quién decide. El contrapunto radical y emancipatorio a la crisis producida por la pandemia tiene que ser una vida decidida y provista colectivamente.

Andrés Fielbaum
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Ingeniero matemático y Doctor en ingeniería en transporte de la Universidad de Chile. Actualmente realiza un postdoctorado en la Universidad Tecnológica de Delft, Holanda.

Michal Rozworski

Investigador y escritor especializado en sindicalismo residente en Londres. Junto con Leigh Phillips, es autor del libro The People's Republic of Walmart (Verso, 2019).