La batalla cultural: La lucha por los afectos, la derecha y la política

La derecha hoy elabora una retórica que está en el campo de los resentidos –sin lugar a dudas–, sus consignas beben de la fuente de la nostalgia de la comunidad representada por los valores nacionales y la familia nuclear, aunque su respuesta ante el escenario de la crisis no es el fascismo orgánico, más bien –en el caso chileno– se presenta la violencia oligárquica de viejo cuño, como la orquesta que pone la música para el baile de las patotas autoritarias, azuzadas por el revanchismo neoliberal que devela su renuncia a la democracia y el liberalismo.

por Nicolás Román

Imagen / Nuestra lucha es por la vida, Dexpierte colectivo. Basado en fotografía de @ariel_arango_prada tomada en el resguardo Nasa del sur del Departamento del Tolima. Homenaje a Maria Elvira Paya, Madre y abuela de Johan y Emanuel. Fuente: Just seeds.


Los conflictos a nivel global, mientras crujen los cimientos de la gubernamentalidad neoliberal, reafirman el contenido de la consigna de Brecht que dice que “no hay nada más parecido a un fascista que un burgués asustado”. La presencia revanchista de la ultraderecha presente en las sociedades europeas, desde Vox en España hasta Víktor Orbán en Hungría, avivan los sentimientos de una internacional de derechas –valga la contradicción de sus ánimos nacionalistas– que en América Latina tiene sus exponentes particulares: los libertarianos como Millei, los secuaces del derrotado Kast y las patotas del bolsonarismo que, animado por el populismo beligerante, declara –sin miedo– una estratagema golpista[1] en caso de perder las elecciones frente a Lula en Brasil.

Más allá de los orígenes y propuestas de estos grupos que no son homogéneos ni tampoco tienen un programa de restauración fascistoide uniforme, su emergencia devela el ánimo de la ultraderecha para disputar la discusión pública. Sus intelectuales, financiados por el empresariado, asumen que deben ganar la batalla cultural, balbucean conceptos gramscianos, para disputar la hegemonía ante una aturdida progresía que ellos tildan como globalista, a la que atribuyen la difusión de una “ideología de género”, el multiculturalismo y el marxismo cultural.

Recientemente, hemos discutido como ante el plebiscito de salida algunas figuras del entorno progre de la transición se develan como los portaestandarte del rechazo[2], muestran el sentido de una derrota y la pérdida de una oportunidad histórica de convertir el texto constitucional en una gran casa de todos, donde ellos por supuesto, serían los dueños y nosotros sus empleados.

Lo característico de estos mensajes es el tono que comparten con un espectro variopinto del rechazo que comulga con las posiciones y apelaciones más frecuentes de la extrema derecha. Sus interpelaciones se basan en que ellos son los excluidos, los silenciados y las víctimas. Una y otra vez remarcan, en clave derrotista, cómo el debate democrático ha sido secuestrado por una élite culturalista que busca nuevos grupos privilegiados, como los migrantes y los pueblos originarios; que persigue la división del Estado con la plurinacionalidad, y que debilita la tradición republicana con la instalación de la nueva constitución.

La coincidencia general que se atribuyen estas retóricas es interpelar a sujetos excluidos, Donald Trump lo hizo con su consigna Make America Great Again, asimismo lo hace el partido de Marine Le Pen en Francia en virtud de la unidad nacional con sus ribetes islamofóbicos y antinmigrantes. La fibra de las consignas de la extrema derecha retoma el resentimiento de aquellos sujetos que se ven desplazados por los cambios en las agujas de la hegemonía que, como bien nos recuerda Raymond Williams, “constituye la sustancia y el límite del sentido común para la mayor parte de la gente”[3]. El caso de Trump y Le Pen opera bajo la coordenadas de un seudo nacionalismo que enfrenta a la globalización, la desindustrialiación y que combate la migración en función del supremacismo blanco y los valores nacionales. Si bien, esas claves no siempre se repiten en términos de contenido, la forma del reclamo revanchista y reaccionario se vuelve una fórmula de apelación a los sujetos excluidos que antes fueron las bases de la izquierda.

La derecha hoy elabora una retórica que está en el campo de los resentidos –sin lugar a dudas–, sus consignas beben de la fuente de la nostalgia de la comunidad representada por los valores nacionales y la familia nuclear, aunque su respuesta ante el escenario de la crisis no es el fascismo orgánico, más bien –en el caso chileno– se presenta la violencia oligárquica de viejo cuño, como la orquesta que pone la música para el baile de las patotas autoritarias, azuzadas por el revanchismo neoliberal que devela su renuncia a la democracia y el liberalismo. Camioneros, apoderados, movimientos como la plata es mía, etc., reivindican la lucha de clases vinculada con la propertizacion insatisfecha de la promesa neoliberal. Seguimos lo que afirma Emiliano Exposto, porque: “debemos tomarnos en serio a los delirios fascistas, ya que manifiestan el miedo de las clases dominantes. Son una alucinación de los propietarios. No expresan una falsa percepción o mera anti-política, sino la política clasista de una sensibilidad paranoica y agresiva”[4]. Tenemos claridad de que no estamos frente a un fascismo orgánico, no es la patria, no son los símbolos de la guerra, ni mucho menos es la guerrilla fascistoide delirante y militarizada, sino que son fragmentos de esas consignas reunidas con el individualismo restaurador insatisfecho de la pax neoliberal junto con el agresivo instinto reaccionario de las clases propietarias.

La consigna inorgánica del fascismo, cuya nostalgia no es el pinochetismo –aunque este sea su origen–, toma forma en la sociabilidad individualista, la barrabrava de la tarjeta de crédito, la política separada de la sociedad, y los defensores de la ética consumista indolente a un modelo de producción devastador.

La coalición de derechas que expone esta particular retórica de la derrota también está integrada por la comparsa estólida de los náufragos de la concertación, que buscan asidero para reimponer las jerarquías de los pactos transicionales. Cristián Warnken es el fiel ejemplo de ese autoritarismo gatopardo, que esgrime una defensa de la libertad ante una debacle que enfrena al individuo con el Estado. Alude a una persecución imaginaria y delirante, de la que es víctima como si el sentido de la política –y porque no decirlo de la literatura también– lo resguardara una élite acomodada que puede leer en sus poltronas, alejados de la plebe –la canibalia– cuyas lenguas no pueden recitar octosílabos ni sus mentes comprender el texto constitucional.

La avanzada derechista está en una cruzada para restaurar un orden que se resquebraja, su lugar en la batalla cultural está amenazado, pero no vencido; ellos están en un momento de retroceso, sus valores, como los clasificaría Williams, son la defensa de un orden que envejece, su posición es residual en una disputa por una lógica cultural que no comprenden, debido que frente a la asonada popular de octubre, sus tímidos despuntes progresistas se agazaparon en su habitus de clase: su refugio hacendal y autoritario que nada tiene de iliberal ni mucho menos, es autoritarismo puro y duro.

Las propuestas de la derecha resentida y antiprogresista, innegablemente, tienen un eco en sujetos desheredados y excluidos de los sistemas de incorporación por el consumo perfeccionados en las últimas tres décadas de la posdictadura. Una propuesta de inclusión real no pasa solamente por el ímpetu de impugnar lo existente, sino que por crear las condiciones de cambios sustantivos en la vida cotidiana de la clase trabajadora.

Esa transformación también pasa por tomar los puestos de avanzada de la batalla cultural y construir una contrahegemonía, y no encallar, ya que, como lo señala Pablo Stefanoni, “también es verdad que el progresismo se quedó cómodo dando su batalla en “la cultura”, en sus zonas de confort morales y en su adaptación a un capitalismo hipster[5]. Si bien esa estela de republicanismo buena onda obturó algunas de las primeras discusiones del gobierno de Apruebo Dignidad[6] con un cierre basado en decisiones que ponían a la técnica por sobre la política, sobre todo en el ámbito económico, con el advenimiento del plebiscito ese escenario ha cambiado.

Sin embargo, el giro reciente en medidas relacionadas con la ampliación de derechos, como el fin del copago en Fonasa, dejó al viejo establishment off side. Estos cambios son la punta de lanza de una ofensiva de izquierdas que promueve el bienestar de la clase trabajadora. Ese giro marca un correlato de una nueva imaginación de lo posible, una imaginación política que se sacude los viejos lastres de una hegemonía transicional y que cumpla los objetivos del fracaso de la derrota histórica de la izquierda, como señala Mark Fisher: “Necesitamos construir aquello que se prometió tantas veces pero que nunca se hizo efectivo a lo largo de las revoluciones culturales de la década de 1960: una izquierda antiautoritaria efectiva”[7]. Esa construcción debe girar las agujas de la hegemonía y reorientar el tiempo en función de las necesidades de los desposeídos, en conjunto con la creación de un nuevo deseo poscapitalista para alentar la creación de un frente político y cultural donde la sustancia de la hegemonía sea un sentido común que promueva una democracia radical.

 

Notas

[1] “Mitad de brasileños creen que Bolsonaro puede dar golpe de Estado”, Deutsche Welle,

https://www.dw.com/es/mitad-de-brasile%C3%B1os-creen-que-bolsonaro-puede-dar-golpe-de-estado/a-59228438

[2]Felipe Ramírez, “Plebiscito constitucional: entre una élite aterrada y un pueblo esperanzado”, ROSA. Una revista de izquierda, https://www.revistarosa.cl/2022/07/31/5730/

[3] Raymond Williams, “Base y superestructura”, Cultura y materialismo, (Buenos Aires: La marca editora, 2012), p. 58.

[4] Emiliano Exposto, “Disputar el delirio”. Lobo suelto. Anarquía coronada. https://lobosuelto.com/disputar-el-delirio-emiliano-exposto/

[5] Pablo Stefanoni, ¿La rebeldía se volvió de derechas? Cómo el antiprogresismo y la anticorrección política están construyendo un nuevo sentido común (y por qué la izquierda debería tomarlos en serio), (Buenos Aires: Siglo XXI, 2021), p. 15.

[6] Claudio Aguayo, “Progresismo autoritario y capitalismo woke”, ROSA. Una revista de izquierda, https://www.revistarosa.cl/2022/04/03/progresismo-autoritario-y-gobierno-woke/

[7] Mark Fisher, “Deseo poscapitalista”, Realismo capitalista. ¿No hay alternativa? (Buenos Aires: Caja negra, 2016), p. 145.

Sitio Web | + ARTICULOS

Doctor en Estudios Latinoamericanos y parte del Comité Editor de revista ROSA.