Marx y Trotsky en Iquique

El racismo no es un rasgo de la mentalidad propiamente neoliberal, es una supervivencia de una relación espiritual con el suelo que se convierte luego en la ideología oficial de las clases dominantes europeas, y en una suerte de narcisismo residual de las clases populares. “Hooliganismo”, “lumpenproletariado” fueron categorías que sirvieron para caracterizar a sectores de la clase obrera que Chevalier había clasificado como peligrosos, y que tanto para Marx como para Engels debían ser necesariamente arrinconados y neutralizados. Sin embargo, esta mentalidad “hooligan” traspasa fronteras de clase, y como dice Trotsky, hay un hooliganismo de la nobleza, del clero, de las clases medias, etc. La idea misma de lumpenproletariado entra en crisis cuando reconocemos un hooliganismo obrero perfectamente perfilado: la “conciencia proletaria” no existe como fenómeno espontáneo.

por Claudio Aguayo Bórquez

Imagen / Manifestación contra la Ley de Extranjería, 17 de octubre 2009, Madrid. Fotografía de Alvar Araitz


En 1850 Marx publicó “La Guerra Civil en Francia” en la Neue Rheinische Zeitung. El libro se reimprimió, con un prólogo de Engels—que las recientes ediciones de “La Guerra Civil…” lamentablemente no incluyen—en 1895. La edición de Progreso traducida al español es de 1975, el mismo año en que se empiezan a publicar en inglés las “MECW”, “Marx-Engels Collected Works” en inglés, también por la Editorial Progreso de Moscú. Las traducciones son de un colectivo de investigadores rusos que sabían español. Esta traducción es la que circula en internet—“marxists.org“, etc. La traducción tiene un elemento a considerar: hay una parte en la que Marx escribe “París fue inundado de panfletos—La dynastie Rotschild, Les juifs—rois de l’époque, etc.” y deja los títulos de los panfletos en francés. Lo interesante es que son panfletos de contenido antisemita, pero Marx no deja de considerarlos parte de un aumento y desarrollo de la “imaginación popular”—aunque el término es “fantasía popular” en alemán: “die Volksphantasie war empört”, la fantasía popular se indignó, o estaba indignada. Es decir, en este punto, para Marx hay una correlación entre sentimientos nacionales abiertamente antisemitas, y la explosión de episodios de lucha de clases.

En “La historia de la revolución rusa”, Trotsky observa como en 1915 las masas pasaron de la crítica a la acción, y cuenta entre los fenómenos que demuestran ese tránsito el pogromo en contra de la población alemana de Moscú. Lo que es un episodio abierto de violencia racista de la población empobrecida, Trotsky lo lee como síntoma de malestar social. Observa, sin embargo, que esos pogromos fueron desarrollados por “la escoria de la sociedad” y protegidos abiertamente por la policía, y representan un síntoma de la incapacidad de los sectores proletarios para imponer su conducción sobre los fenómenos de rabia social. Hay, por supuesto, otros ejemplos. Marx en sus textos sobre la “Revolución española”—publicados por Progreso también, 1978—observa como una característica de las guerras de independencia en España es la “impronta de la regeneración unida a la impronta reaccionaria”. Se habla, en definitiva, de una mezcla o de una imposibilidad de separar el grano bueno del malo: el racismo del cosmopolitismo, la ciudadanía universal de la mentalidad estrecha, de fundo—los pequeños nacionalismos que, según Marx, se forman en la relación de propiedad señorial. Crepúsculo de la ciudadanía.

El racismo no es un rasgo de la mentalidad propiamente neoliberal, es una supervivencia de una relación espiritual con el suelo que se convierte luego en la ideología oficial de las clases dominantes europeas, y en una suerte de narcisismo residual de las clases populares. “Hooliganismo”, “lumpenproletariado” fueron categorías que sirvieron para caracterizar a sectores de la clase obrera que Chevalier había clasificado como peligrosos, y que tanto para Marx como para Engels debían ser necesariamente arrinconados y neutralizados. Sin embargo, esta mentalidad “hooligan” traspasa fronteras de clase, y como dice Trotsky, hay un hooliganismo de la nobleza, del clero, de las clases medias, etc. La idea misma de lumpenproletariado entra en crisis cuando reconocemos un hooliganismo obrero perfectamente perfilado: la “conciencia proletaria” no existe como fenómeno espontáneo. De hecho, Rasputín fue el modelo ideal de una lumpenmonarquía, como Piñera no deja de ser la expresión de una lumpenburguesía chilena de matinal. Lo importante es que estas reacciones, cuando se dan en los sectores subalternos, son siempre la localización, la “catexis” como diría Freud, de pulsiones de malestar e instintos de muerte: el cuerpo social se presenta como el efecto de un malestar, es sólo que la causación no resulta evidente. Entonces aparece la inmigración como excusa perfecta, como desplazamiento efectivo en la “Volkphantasie”, en la fantasía proletaria o popular que necesita explicarse el hambre, los padecimientos, la rabia.

Necesariamente, el fin del racismo pasa por la revolución. Aunque suene dogmático. Y es que la revolución se mantiene, como tradición y como respuesta, anclada a un significante decimonónico: la idea del ciudadano: Aux armes, citoyens. No hay universalismo sin revolución, y no hay cosmopolitismo sin política comunista.

En todo caso, lo que es más inquietante es cómo pasamos rápidamente de un engrandecimiento y de una glorificación de las revueltas—incluso en autores de derecha como Hugo Herrera, que se ha atrevido a hablar del pueblo chileno como deus absconditus, potencia oculta o telúrica que interrumpiría el orden social—a una condena unilateral de las conductas antisociales de las masas. Vuelvo al principio: cuando la Editorial Progreso puso las notas al pie de los pasajes que Marx deja en francés en “La guerra civil en Francia”, traduce “Les juifs—rois de l’époque” por “los usureros, reyes de la época”. Evita la palabra “judío”: pese a todo, estaba legalmente prohibido el antisemitismo en la Unión Soviética. Lo interesante es que esta traducción también oculta una dificultad teórica que el marxismo, salvo excepciones notables—en la llamada izquierda lacaniana, por ejemplo: Laclau, Zizek—ha evitado gloriosamente. La imposibilidad de distinguir un momento pulsional en el que los mismos afectos y nudos de rabia que conducen a la revuelta, pueden llevarnos a la reacción. Esta dialéctica de la “subestructura”—algo más allá de la superestructura político-ideológica y de la estructura económica—como le llamaba Lacan, es un momento peligroso. Nos indica un hecho siniestro, cuya obscenidad rara vez nos atrevemos a mirar de frente: las masas que protagonizan octubre ondeando las banderas de Chile, las masas que parecen desbordar el circuito electoral, las masas que cometen actos impúdicos de racismo y de crueldad mórbida contra los inmigrantes en Iquique, las masas que votan por Kast. Esa confusión afectiva, para nosotros, pequeñoburgueses progresistas, tan normal, nos viene a despertar. Cuando la izquierda marxista ha salido de ese lugar atiborrado de sentidos comunes, parapetándose en las elecciones o en el cómodo ambiente de lucha universitaria, o en la vieja tradición sindical, cualquier cosa puede pasar. Incluso el fascismo. Son las lecciones de Marx, de Trotsky, de Iquique.

Claudio Aguayo Bórquez
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Profesor y Magíster en Filosofía, Ph.D. en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Michigan. Profesor de la Universidad Estatal de Fort Hays en Kansas.

Un Comentario

  1. Compañero, me parece muy interesante su artículo, ya que, si bien no existe información que advierta que la movilización vista en el norte tenía una carácter social obrero o pequeñoburgués, si tiene mucho sentido retomar nuevamente la idea de que “la conciencia proletaria no existe como fenómeno espontáneo”, sobre todo por el “culto al espontaneismo” que se observa en distintos destacamentos de izquierda. El “qué hacer?” de Lenin, o “Reforma o revolución” de Rosa no han perdido validez en este sentido.
    A propósito de lo mismo, se podría decir que otro modo de observar el nacionalismo que campea en la clase obrera es la ausencia de reivindicaciones o reflexiones que vayan en favor de la entrega de derecho políticos para los inmigrantes en las diversas instancias de discusión que han convocado a dirigentes sindicales a propósito del cambio constitucional.
    Aun así, creo que en este escenario la agitación por lo derechos políticos del proletariado inmigrante y la propaganda en torno al internacionalismo puede tener cabida sobre todo en aquellas fracciones obreras en las cuales la inserción de inmigrantes es más potente como ocurre en las ramas de los servicios y en menor medida el comercio y la construcción. De hecho, en esta última rama en particular hay compañeros de distintas nacionalidades que han salido electos delegados sindicales y que bien podrían estar interesados en comprometerse con una política obrera-internacionalista.
    Saludos

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